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El Semanal
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25 de junio de 2017

«Tear down this wall»


 En realidad, Reagan trataba de decir con esas palabras a Gorbachov: «Te conozco y sé que no crees en este muro»

Probablemente usted no había nacido en junio de 1987. O probablemente sí. O había nacido, pero no tenía conciencia de las cosas que pasaban. O tenía ya espolones en salva sea la parte. Yo qué sé. El que sí había nacido era yo y el que también tenía conciencia de los aconteceres mundanos, merced a mi profesión, era este que suscribe. Aquellos tiempos, queridos niños, eran momentos de zozobra, como casi todos los que corren ante nuestros ojos. El comunismo europeo tocaba a su fin, pero nadie se atrevía a predecirlo ni a asegurarlo a excepción de Charles de Gaulle, que lo hizo treinta años antes. Alemania estaba dividida en sectores y los comunistas soviéticos crearon una república supuestamente democrática a la que aislaron mediante un muro al que, Occidente mediante, se le calificó «de la vergüenza». Hasta ahí todo sabido, supongo. Había muerto Breznev, también Andropov, también Chernenko y mandaba un reformista llamado Gorbachov que sabía mejor que nadie que aquello se desmoronaba y que, antes o después, había que buscarle una salida a un régimen que había alumbrado las esperanzas totalitarias de medio mundo, pero que no tenía viabilidad ninguna.

Frente al Muro de Berlín, una pared letal construida no para que no entraran los ‘enemigos’, sino para que no salieran los ‘amigos’, dos presidentes norteamericanos dejaron dichas dos de las frases más importantes del siglo pasado. Uno fue Kennedy, que emocionó a los lugareños con aquel «yo soy berlinés» y otro fue Reagan, junio del 87, cuando reclamó de forma severa: «Señor Gorbachov, derribe usted este muro».

El primero tuvo efectos poéticos al estilo de los lemas de camisetas vendidas para turistas, pero el segundo fue el multiplicador –o espoleta– de todo lo que vino hasta el 9 de noviembre de 1989, fecha en la que los alemanes del otro lado derribaron el muro ante la pasividad de los sanguinarios guardias de la Alemania Oriental. Ahora se cumplen treinta años de aquel momento y es justo recordar alguna de las circunstancias que acompañaron la escenificación: a Reagan le aconsejaron que no pronunciase esa célebre frase (¡¡¡Tear down this wall!!!), pero la obstinación del presidente norteamericano fue mayor, y la historia demuestra que triunfó su instinto frente a las precauciones diplomáticas de sus asesores. En realidad, Reagan trataba de decir con esas palabras a Gorbachov: «Te conozco y sé que no crees en este muro». Ciertamente, el presidente soviético sabía que ese muro tenía los días contados y, de hecho, contribuyó a su derribo en su postrer visita a Berlín Este, poco antes de la fecha clave del 89, en la que, una vez destituido Honecker, un portavoz gubernamental alemán oriental abrió la espita e hizo que los alemanes se abalanzaran desde ambos lados sobre la miserable piedra que les separaba.

Esa construcción de alambrada, minas, fosos, piedras y metralla comenzó a ser una realidad en 1961. Cientos de personas resultaron muertas o heridas pretendiendo huir del paraíso comunista, como es sabido. No pocos comunistas occidentales justificaron esos crímenes y entendieron que se aislara a la población oriental de los peligros democráticos de Occidente. Alguno de ellos sigue vivo, y en la mente y discursos de no pocos neocomunistas permanece discretamente agazapado el argumento de que el muro que Reagan contribuyó a derribar tenía su explicación –cosa que es segura– y su justificación –cosa que es indecente–. Treinta años después de las palabras del presidente norteamericano más vilipendiado por la izquierda reaccionaria mundial, pero, a la vez, el que más ha hecho por la libertad de los habitantes esclavizados por el comunismo, cobra notable importancia esa frase. Conviene que no se olvide y que se enseñe en las escuelas. Y que se explique a los chavalitos de hogaño que aquel mal sueño llamado comunismo hoy solo pervive en determinados reductos de la Tierra y en algunas mentes torticeras que se empeñan en revivir una de las peores pesadillas de la humanidad. Incluido en algunos especímenes de España.

Y a la vista de todos.


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