Nuestro ordenamiento jurídico no contempla tener a asesinos de esta calaña más de un par de decenas de años recluidos
El nombre de ‘Carlos’ va unido al de ‘Chacal’. Terrorista de alta intensidad. Ilich Ramírez Sánchez, venezolano de origen. Uno de los asesinos más buscados del siglo pasado. Carlos era el nombre que le impuso su madre, de tradición familiar católica. Hijo de una familia con posibles, se educó en Londres poco antes de pasar a la extinta Unión Soviética, en la que cimentó su monolítica -y tan de la época- ideología comunista. Al poco se unió a la llamada ‘resistencia palestina’ y cometió todo tipo de atentados en colaboración con los siniestros militantes de Septiembre Negro, de infausto recuerdo. París fue uno de sus escenarios criminales favoritos, sin que eso supusiera hacerle ascos a cualquier otro lugar en el que pudiera asesinar en virtud de sus dos características definitorias: el islamismo y el comunismo. Su formación como criminal transcurrió en diversos países cuya sola mención auguran todo tipo de temblores: Argelia, Yemen, Siria, Uganda, Libia o Rumanía. Mató a decenas de personas a punta de pistola, a ráfaga de metralleta, a pleno bombazo o a secuestro total, como el de los miembros de la OPEP en Viena en 1975. Se le atribuyen un total cercano a los 80 muertos, sabiendo que pueden ser más, ya que es difícil cerrar algunos casos que por aquellos lejanos años setenta no eran fáciles de investigar. Un ejemplar, en cualquier caso, un asesino en serie escurridizo y hábil como pocos. Una leyenda para la época.
Carlos fue apresado por los franceses en Sudán. No está claro si lo localizó la CIA o lo intercambiaron por algo en concreto, pero durmiendo en Jartum lo apresaron los sudaneses y se lo entregaron al agente Phillipe Rondot, que se lo llevó a Francia. Y ya se sabe. Allí le estaba esperando la justicia francesa, tan cabrona, tan poco democrática, tan poco revolucionaria, que lo condenó a cadena perpetua. ¿A cadena perpetua? Sí, sí, a cadena perpetua. Qué hijos de su madre.
Chacal, o Carlos, lleva preso en Francia desde 1994. Recientemente ha sido juzgado por un caso aún no cerrado de terrorismo de los mediados de los setenta. En España no se podría siquiera toser a nadie que hubiera matado a un colegio entero por esas fechas, pero los franceses, como hemos dicho, son otra cosa y condenaron a otra cadena perpetua a Ilich por haber acabado con la vida de un par de policías franceses en ese tiempo. Una menudencia, si se quiere, ya que las dos anteriores condenas que pesan sobre Carlos le impedirán de por vida conocer cómo cambian las calles de París de estación en estación, pero la vida es así: esta será una condena perpetua más que añadir a las dos anteriores y hará que conozca su ocaso al resguardo de unas cuantas rejas. Es un detalle de lesa humanidad, lo sé, pero las democracias de largo recorrido tienen estas cosas. Shirham Bisara Shirham, aquel que mató a Robert Kennedy en 1968 -¿se acuerdan?-, sigue encarcelado. Como sigue encarcelado Charles Manson. O el asesino de Lennon.
Ni que decir tiene que, en España, Ilich llevaría ya algunos años en la calle. Nuestro ordenamiento jurídico no contempla tener a asesinos de esta calaña más de un par de decenas de años recluidos. Asesinos de ETA con tantos muertos a sus espaldas como los que pueda contar el venezolano comunista están paseando por sus pueblos de homenaje en homenaje organizados por individuos de su estirpe. Pakito, jefe de la ETA más sanguinaria, que lleva 15 años en cárceles españolas, pronto será puesto en libertad a pesar de haber sido inductor de cientos de asesinatos. Si semejante hijo de puta fuera francés, consumiría sus días en las celdas de París. Pero al ser español -a su pesar- podrá pasearse pronto por las calles de su localidad de txiquito en txiquito. Los muertos que él mandó matar seguirán bajo tierra, pero ¡qué se le va a hacer!, hemos decidido ser mucho más modernos, demócratas y condescendientes que estos franceses.
Un espléndido y comprensivo juez de apellido Castro ha concedido permiso a Txapote -asesino de Miguel Ángel Blanco, Fernando Múgica, Gregorio Ordóñez y muchos más- para que pase un fin de semana con su papá. Qué bueno. Qué humano. Qué poco francés. Qué contraste. Qué progre. Qué…