Hace no demasiados días, el Consejo de Gobierno de la Generalidad de Cataluña admitió en su seno deliberativo a la persona de Artur Mas (y a sus dos secuaces, Ortega y Rigau) con el objeto de estudiar la forma más efectiva de internacionalizar de una puñetera vez el ‘prusés’ de independencia en el que llevan empeñados los líderes nacionalistas que conforman el Gobierno catalán. Sorprende, de entrada, que tres inhabilitados por el Tribunal Constitucional puedan anidar en un grupo en el que se debate bajo la premisa del secreto, como si lo allí decidido fuese consecuencia pareja a la de una simple reunión de casino local. Pero pongamos que, por el hecho de ser independentistas catalanes, tengan ciertas prerrogativas que no tenemos los demás y, por lo tanto, gocen de ese derecho que suena, en cualquier caso, a desafío más que a otra cosa, ya que si quieren reunirse pueden hacerlo por la tarde en una chocolatería de la calle Petritxol y debatir todas las tonterías que se les ocurran. Pero prefieren significarse en Consejo de Gobierno. Total para decidir cómo convencer a algún ujier de sede administrativa europea que les deje pasar algo más allá del arco de seguridad no es rentable irritarse.
Cuán nutritivo habría sido conocer las deliberaciones de esa reunión de gobierno, no obstante. ¡A ver cómo le contamos el cuento a franceses, italianos y alemanes! Los tres países mentados gozan del privilegio de contar con territorios en los que una proporción menor de ciudadanos quiere formar un estado propio, razón suficiente para ser poco partidarios de dar espacio interpretativo a los levantiscos catalanes que aspiran a formar un nuevo país europeo desafiando todas las leyes, incluyendo la de la gravedad. Una de las decisiones de peso fue manifestar una innegable sensación de victoria por el hecho de que el Parlamento británico, nada menos, haya incorporado a sus grupos de deliberación ciudadana uno acerca del futuro de Cataluña en Europa. Convendría que supieran que para abrir uno de esos grupos de debate en sede parlamentaria británica tienen ustedes que convencer a cinco parlamentarios, los cuales inician sesiones de discusión tan variadas como las que van de debates sobre jardinería a otros acerca de la pesca deportiva, pasando por la música jazz o la obesidad. Ópera, filatelia o rugby son asuntos sobre los que hay que mantener, al menos, dos reuniones al año, entre los cuales está la supuesta independencia de Cataluña. Gran logro internacional.
A Romeva, el encargado de ‘exteriores’ de la Generalidad catalana, le ha recibido, después de toda la panoplia de gestiones internacionales, un ministro indeterminado de Camboya, lo cual entiendo que haga temblar las estructuras de la Unión Europea. La euforia en sede autonómica catalana será bárbara, cósmica, ¡con la influencia que tiene Camboya en el tablero internacional! A Mas no le ha recibido nadie, y quien le ha recibido no le ha querido escuchar, como Durão Barroso, por ejemplo, que la primera vez no le abrió el despacho y la segunda lo largó en dos minutos, tanto que Mas se metió en un retrete durante media hora para que pareciera haber estado soltándole el rollo al jefe de la Comisión. Romeva, convendría recordar, es el mismo que siendo eurodiputado expresó airados lamentos en sede parlamentaria por las acciones de Pepe, defensa del Real Madrid, sobre Messi, delantero del FC Barcelona, y por el vuelo en supuesto espacio aéreo catalán de aviones del Ejército del Aire español que, al parecer, iban de un lugar a otro y creaban pavor entre los ciudadanos del Ampurdán. Artur Mas, el otro lince del conglomerado, es el responsable de haber hundido el partido representante -a los que se ve- de la muy medrosa burguesía catalana, de haber presidido una amalgama de estructuras destinadas a la extorsión de empresarios varios a cambio del tres por ciento de sus concesiones y de haber convocado una mamarrachada de simulacro consultivo por el que le ha caído la bondadosa condena de dos años de inhabilitación. Que no le impide, y volvemos al principio, asistir a una reunión de gobierno para decidir tontunas. Es el mismo Artur Mas objeto de un interesante estudio antropológico y político pendiente: quienes le conocen bien aseguran que cuando se llamaba Arturo y hablaba sólo en castellano -especialmente en su seno conyugal- no es que no fuera independentista, es que ni siquiera era catalanista. Milagros de la evolución. Milagros del oasis.