"Han elegido auténticos bodrios de esos que dan vergüenza ajena",
No tengo ni idea de lo que pasó en Eurovisión el pasado día 13. Y no lo sé por una sencilla razón: estoy escribiendo este suelto el día 10. Pero viene a dar lo mismo, ya que los festivales de la canción de Eurovisión son intercambiables desde hace muchos años. Si el día 13 me pusieran el de hace dos años, a buen seguro ni me enteraría: la misma realización, los mismos escenarios, las mismas luces y, lo que es más importante, las mismas canciones cantadas en el mismo idioma.
Da la impresión de que, mande a quien mande RTVE, la cosa siempre se disputará en función del peso geopolítico y geosocial de quienes votan. Hubo un tiempo, queridos niños, en los que se cantaba en muchos idiomas distintos, grandes artistas participaban, la orquesta era dirigida por enormes músicos, e Italia siempre enviaba una canción bellísima. Los jurados de diferentes países eran “bizcochables” pero no daban demasiado el cante: Massiel es una gran artista y la canción que la hizo triunfar en el festival está muy bien confeccionada, pero en su victoria también influyó que Arthur Kaps se pasó un año de televisión en televisión asegurándose votos a cambio de comprar diversos productos. Congratulations, con el gran Cliff Richards, estaba algo por encima en todos los indicadores, pero ganó La, la, la y todos nosotros nos alegramos muchísimo: año 68 y gol a la pérfida Albión en el mismo Londres. Ya en el 69 sonó la flauta, pero Salomé estuvo espléndida y se llevó la cuarta parte del premio. ¿Y después qué ha pasado? ¿Por qué razón no hemos vuelto a morder?
RTVE ha enviado grandes canciones a Eurovisión y también grandes churros. Y en varias ocasiones ha estado a punto del triunfo. Dos canciones fueron, posiblemente, las más bellas de todas las escuchadas a lo largo de la vida del festival: Eres tú, con Mocedades, y En un mundo nuevo, con Karina, quedaron en segundo puesto y tenían aroma de triunfo, como casi lo alcanza Betty Missiego de no haber sido por los votos del propio jurado español, cosa que ya es sabida, o Anabel Conde con una canción del gran Chema Purón por la que nadie daba un duro. Otras han sido buenas canciones de su tiempo: la de Braulio, la de Bachelli, las dos del monumental Raphael, la de Julio Iglesias, la de Sergio y Estíbaliz, canciones que podrían ser éxito por sí mismas. Pero los demás también enviaban cosas magníficas y se llevaban la tostada. Sin embargo, los responsables televisivos -siempre me gusta recordar que quien va a Eurovisión representa a TVE, no a España- también han elegido auténticos bodrios de esos que dan vergüenza ajena, vulgo alipori. Últimamente, todo lo que envían, al igual que pasa con los demás representantes, suena igual.
Tal vez sea que la televisión no acaba de saber qué sistema es el mejor para elegir la canción y el artista: con la elección popular a través de Internet te puede salir un mamarracho como el Chikilicuatre y con la elección solo por elección a dedo puedes meter la pata y conseguir en un par de ocasiones quedar en la última posición, una de ellas con cero votos, siendo la cantante una artista monumental. Ahora la cosa va de jurado y público y no sé yo. La RAI italiana siempre enviaba la canción vencedora en San Remo, de donde salían grandes coplas y se quitaba de problemas, y TVE lo hizo un par de veces con el Festival del Mediterráneo y, recientemente, con Operación Triunfo, pero no hay año en el que no asome alguna polémica con el elegido. Yo le deseo lo mejor a este muchacho al que no conozco y a TVE, que es una casa a la que quiero mucho y debo grandes momentos como espectador y como profesional, pero reconozco nulo interés en un espectáculo tan moderno que se me antoja que ya es antiguo.
Sí, lo sé, me he hecho mayor y añoro el yunaited kindom trua puán, ¡pero es que lo de hogaño es muy soso!