El Semanal |
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24 de abril de 2016 | ||
Días feriantes |
A veces se topa uno con decisiones municipales imaginativas y sensatas que no dinamitan costumbres, sino que se amoldan a ellas Las tres festividades más internacionales de las que celebran todas las ciudades y pueblos de España son, con pocas dudas, San Fermín, las Fallas y la Feria de Abril de Sevilla. Se aceptan matices, pero más allá de la emotividad que provocan las fiestas patronales de la localidad de cada uno, las tres anteriores son fotografiadas en portadas de periódicos de medio mundo. También, si quieren, cabrían los Carnavales de Santa Cruz de Tenerife, los de Cádiz y la fiesta propia de su terruño, pero las fiestas de pamplonicas, valencianos y sevillanos son las que más ciudadanos de España y el mundo convocan como visitantes. No quiere eso decir que la Semana Grande de Bilbao, la Feria de Málaga o las hogueras alicantinas no tengan importancia o trascendencia, que la tienen en gran intensidad, quiere decir que reportan leyenda y dinero en cantidad muy considerable a sus ciudades. Tanto los sanfermines como las Fallas tienen fecha fija: ya sabemos que 7 de julio y 19 de marzo son los días señalados, pase lo que pase, para concurrir en Pamplona y Valencia. Pero no así Sevilla, cuyo ciclo ferial está en función de la Semana Santa y su calendario cambiante. Dos semanas acostumbran a mediar entre una y otra, más o menos, tiempo en el que los sevillanos guardan su túnica de nazareno y desempolvan los trajes de flamenca y las chaquetas de primavera. No obstante, son tantas las ganas de Feria que los días previos (¡ay!, las eternas vísperas sevillanas...) se han incorporado a la fiesta mediante el mecanismo popular de juntarse en su caseta al objeto de retocar los últimos detalles y gozar de un fin de semana feriante vestido de faena. Los últimos días, en cambio, viven un cierto aire decaído, a decir de algunos: se ha hecho leyenda, ya que muchos lugareños se van a la playa y abandonan sus puestos intensamente estrujados en una semana en la gloria. Ya que la fecha fija no se contempla –en su tiempo la hubo–, el Ayuntamiento ha tenido la idea de ajustar los días y optimizar las costumbres. Si el lunes se 'alumbra' y enciende el Real de la Feria, pero sábado y domingo anterior ya está todo el personal, sugiere el alcalde institucionalizar el 'alumbrado' el viernes por la noche y acabar la feria siete días después, cuando ya los sevillanos muestren cierto decaimiento. Eso oficializaría la ya instalada tradición, garantizaría servicios y permitiría disfrute en días no laborables. No es mala idea, ciertamente. Algunos sevillanos tienen una cierta tendencia a la reacción un tanto teatral cuando de variar 'tradiciones' se refiere. Esta nuestra es la ciudad en la que de forma más veloz se crea una tradición: con que se haya hecho dos veces ya basta. A pesar de ello, la reflexión general no ha implicado un inmediato rechazo; parece incluso que se someterá a referéndum. No votarán muchos, pero puede que digan que sí: varios de los que han sido sondeados, aquellos que se pasan todas las horas que pueden entre una caseta y otra, encuentran sensata la propuesta del alcalde Juan Espadas, que entre otras cosas favorecería la visita de turistas y conocidos en fin de semana pletórico, no en el decadente, que, por cierto, podría ser utilizado por los más 'jartibles', que los hay. Más ingresos y más racionalidad, en pocas palabras. Explico todo ello porque hay ocasiones en las que se topa uno con decisiones municipales imaginativas y sensatas que no dinamitan costumbres, sino que se amoldan a ellas –también el uso de vallas metálicas en algunos puntos calientes de la Semana Santa ha sido un éxito–, y logran hacer más óptima la tendencia que va tomando la ciudadanía de forma libre y colectiva. A quien esto suscribe, todo sea dicho, cuando empiece o acabe ni le va ni le viene porque es bien sabido que uno no es feriante, es decir, que lo que más hago es llevar a mis hijos a los cacharritos –caballitos, autos de choque, el tren de la bruja y tal– y ver de lejos el fulgor de luces y sonido. Pero me alegra que las cosas se ordenen con cabeza y sin hacer rotos.
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