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29 de julio de 2007

Inma Shara: seda en el acero


Si para tocar bien el violín, dicen, hace falta un par de vidas, para ser director de orquesta respetado siendo mujer deben hacer falta siete u ocho. A no ser que seas Inma Shara, la vigorosa alavesa que sabe imponer esa extraña autoridad que se traen los músicos entre sí sin necesidad de levantar más voz que su incuestionable talento. Ya es sabido que no hay colectivo más rarito que el de los maestros y profesores que nos deleitan a los aficionados con su virtuosismo: pocos colmillos más retorcidos que los de la sección de cuerda de la Filarmónica de aquí o los de la sección de viento de la Sinfónica de allá. Deben de ser los años en soledad que han consumido hasta manejar perfectamente algo tan difícil como una viola o un piano, pero el aspecto de perdonavidas permanentemente enfadados que tienen algunos miembros de orquestas de campanillas invita a cualquier cosa menos a dirigirlos. Aunque también en el colectivo de directores hay tíos más raros que perros azules: los hay estrellas inabordables, como Lorin Maazel, o encantadores de fieras, como Zubin Mehta. Maazel, por ejemplo, consideró un insulto que, con ocasión de un concierto dirigido por él, se le pretendiera otorgar la mejor suite de Granada y hubo que abrir el aeropuerto, alquilar un jet y llevarlo a dormir al Ritz de París, porque ése era, al parecer, el único hotel que estaba a su altura. Mehta, en cambio, sabe exhibir su mejor sonrisa ante cualquier contratiempo y consigue dominar, en la medida de lo posible, al conjunto de intérpretes de las más difíciles orquestas. La de Viena, quizá la más conocida por los no aficionados merced a sus conciertos de año nuevo, es una cooperativa formada individuos tan virtuosos como raros. Tienen fama de intransigentes, machistas, misóginos y dictadores, tanto en su versión sinfónica como en la filarmónica. Las de los países del Este, merced a la severidad con la que se formaron, exhiben mayor disciplina y suelen ser menor fuente de conflictos, pero en el Este, como en todo, también las hay buenas y malas, en contra de la tendencia a creer que todas son diamantes en bruto. Inma se incorpora a la escueta lista de directores españoles con trascendencia internacional y lo ha hecho con una fuerza inusitada.

De España surgieron dos grandes conductores de renombre y prestigio incuestionables: el gran Ataúlfo Argenta vio frustrada su proyección casi al olimpo de los mejores de todos los tiempos a cuenta de su temprana muerte, y Rafael Frühbeck de Burgos se ha consolidado como uno de los grandes y más prestigiosos del mundo entero. A ellos se suma esta mujer de maneras sedosas y voluntad de hierro, que igual dirige la Filarmónica de Israel –a decir de los conocedores, de las más `enteras´ del planeta y de la que es director musical el mismo Mehta, maestro totémico de Shara–, se pasea por entre las mejores de Letonia, Lituania y Austria o es llamada para trabajar en su país frente a las varias orquestas que empiezan a poblar las diferentes comunidades españolas, bien sea la de Valencia, con creciente fama, o la de Galicia. No soporta la indisciplina ni el sentido funcionarial de algunos músicos, con lo que habrá que augurarle un futuro batallador a la hora de enfrentarse, en Berlín o Viena, a los que siguen sin tragar la presencia de una mujer en sus formaciones. Tan sólo ella y cinco más son las que figuran en los circuitos de primera división, con lo que aún queda mucho por andar para que la música clásica deje de ser tan clásica en algunos aspectos. Su futuro, a decir del propio Mehta, es absolutamente espléndido, como ya lo es su presente, y ello supone una gran noticia para los que creemos que una figura nacional supone un tirón nada despreciable para aumentar el interés de la ciudadanía por la música. No pocos nos aficionamos gracias a las inolvidables lecciones televisivas del inconmensurable Leonard Berstein o al excelente trabajo mediático


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