Más allá de la cordialidad de sus gentes, de la bondad de su clima, de sus rincones y fiestas, Almería son sus fogones y sus sabores, todos pegados a la tierra y a la tradición.
Se me antojan, así de repente, un manojo de razones por las que visitar Almería. Una de ellas es que su yantar resulta tan tradicional que, en realidad, forma parte de una España que se nos fue, como se nos fue la España que conocimos en el litoral o en los decires. Almería sigue cocinando como lo hacían nuestras abuelas, y no necesariamente los días de fiesta, sino los de curso corriente. En Almería es donde únicamente se pueden comer unas migas de harina tal como se hicieran hace cincuenta años o unas papas a lo pobre o una olla de trigo sin atisbos de prisa y desnaturalización.
Pero también es el lugar donde gente joven está innovando con gracia el tratamiento a sus productos privilegiados: frutas, verduras, hortalizas, pescados, aceites, vinos y así. Más allá de la cordialidad de sus gentes, de la bondad de su clima, de sus rincones y fiestas, Almería son sus fogones y sus sabores, todos pegados a la tierra y a la tradición. En virtud de ello se ha tenido la idea de que la ciudad sea nombrada capital gastronómica de España en el año 2019, cosa que secundo sin ningún tipo de reservas. Esa denominación la realiza la Federación de Hostelería y los periodistas especialistas en turismo en torno a mediados de octubre de cada año y para la ciudad seleccionada significa una nada despreciable promoción. Lo han sido Logroño, Vitoria, Cáceres, Toledo y León, todas ellas merecedoras sin reparos de esa y cien distinciones, y merece serlo una ciudad capital de una provincia en la que aún se pueden encontrar rincones, playas y poblados que en su día proliferaban por España y que ya han desaparecido totalmente.
Entre San José y Carboneras se ubica el Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar, cuya limitación territorial vino a ser una bendición conservacionista que ha permitido que aquello siga siendo igual que fueron las zonas costeras de todo el Mediterráneo cuando los que ya contamos seis décadas éramos unos niños y conocíamos la costa salpicada de pequeñas y humildes poblaciones hoy convertidas en espantos urbanos. Visitar Agua Amarga, Las Negras, el valle de Rodalquilar y su Playazo, Mónsul, Los Genoveses, Los Muertos, La Isleta del Moro y tantos otros lugares es viajar en el tiempo. Y desplazarse a Mojácar o Garrucha, a Villaricos o El Calón es acordarse de paisajes y sabores que se disfrutan muy de vez en cuando. La misma capital ha vivido en estos últimos años un proceso de mejora que ha permitido paliar en algo el proceso destructivo, patético y dramático que sufrieron las ciudades españolas en los años sesenta y setenta. Desde la Alcazaba hasta la Plaza Vieja, desde la Catedral de la Encarnación hasta su impagable playa urbana, desde la Ciudad Histórica hasta el Zapillo, Almería es, como reza uno de sus eslóganes más inspirados, «La esquina del viejo mar». Pero es también, y de forma esencial, sus tabernas y refectorios. Almería está explicada en cada tapa de Casa Puga o en cada delicia de El Quinto Toro, esa casa donde puntualmente a la una y media salen las papas a lo pobre con un huevico frito, con todo el sabor de la vida y la historia en escasos cuatro dedos de plato (siempre tengo tentación de asomarme a la cocina porque tengo el convencimiento de que es mi inolvidable abuela la que anda entre sartenes).
El Mercado Central me resulta innegociable: llevarme unas morcillas de Serón, una longaniza de Lorca, unos gurullos hechos a mano o un blanquillo con la matalahúga justa es cosa de cada visita. Como lo es, bien lo saben mis compañeros de viaje, darme una vuelta por la Barraquilla del Alquián a ver los pescados saltar o al Building de mi amigo Diego a cargarme unas migas. O subirme a la sierra a pasear por pueblos tranquilos llenos de casas de comidas inolvidables. O acercarme a La Costa en El Egido, al Restaurante Alejandro en Roquetas, la gran Terraza Carmona a la vera de Cuevas, a mi Tadeo en Villaricos o al Mediterráneo de Retamar, donde mi amigo Javi prepara el mejor calamar en aceite que en el mundo haya podido ser. Y lo único que siento es no disponer de espacio para hablar de todos los que considero palacios del gusto, los que desde el primero hasta el último justifican que Almería sea capital de lo que le dé la gana.