Si atardece más tarde, hay más gente en la calle. Y más consumo, y los turistas gastan más. Y los niños gozan de más parque y menos 'tablet'
Desde 1974, cuando una de las crisis del petróleo –y, por cierto, no la más grave–, diversos gobiernos acordaron mover las horas en invierno y primavera con motivo del aprovechamiento de las horas solares y su adaptación a los horarios laborales de la gente. Era una medida destinada al ahorro energético. La OPEP paralizó la producción de crudo y sometió a los Estados Unidos y sus aliados occidentales a una brutal restricción y, evidentemente, a un aumento bárbaro del precio del crudo. ¿Qué había enfadado a los países árabes?: el apoyo norteamericano y de Occidente a Israel en la guerra de Yom Kipur. Hasta que no se estabilizaron la producción y el precio, pasaron muchos meses donde muchos países –el nuestro también– vieron con impotencia cómo se producía una tremenda recesión económica y una no menos alarmante inflación. También es cierto que desde ese momento nació una suerte de conciencia energética que antes no era común y de necesidad de ahorro de recursos. Lo que pasó en el 73 volvió a pasar en el 79, aunque el motivo fue otro: la guerra Irán-Irak motivó otro disgusto, aunque en esta ocasión pilló a medio mundo alertado y con algunas medidas en marcha para amortiguar tanta dependencia energética. La medida del cambio horario llevaba ya cinco años y todos nos habíamos acostumbrado a que en verano atardeciera más tarde y en invierno más pronto de lo normal.
Desde entonces se han escrito muchas teorías, algunas de ellas intencionadamente exageradas y otras absurdamente alarmantes. Ciertamente sorprende lo sesuda que es la reflexión acerca de los desequilibrios que el adelanto de una hora, o su retraso, causa supuestamente en la vida de los seres humanos ¡a lo largo de todo un año! ¿Qué será, entonces, someterse a un jet lag como hacen millones de personas al año cuando viajan de aquí para allá? ¿O qué supondrá cambiar el horario laboral, cosa que ocurre a menudo, y que obliga a empezar a trabajar a las seis en vez de a las ocho? ¿El cuerpo no se acostumbra al cabo de un par de días a acostarse una hora antes o después? ¿Ni siquiera viendo que la hora del reloj es la misma?
Poner de acuerdo a todos los países en un horario conveniente a todos es algo complicado. No atardece ni amanece igual en Baleares que en Canarias: ¡cuánto más en Grecia que en Reino Unido! Es verdad que para eso están los husos horarios y cada uno se pone la hora que considera oportuna, incluso más de un huso horario como ocurre en España, pero si vamos a nuestra vertical, a las horas de sol en Noruega no coinciden en cantidad con las españolas. Ni siquiera las alemanas. Las horas de sol en España han marcado nuestro carácter y nuestras costumbres, nos gusta que anochezca algo más tarde, sea invierno o verano, pero sobre todo que nos permita hacer parte de nuestra vida en la calle. Los expertos que se han pasado meses analizando la cuestión con la idea de asesorar al Gobierno acerca de la decisión que tomar han concluido que es mejor un solo horario, es decir, ni atrasar ni adelantar un par de veces al año y siendo el ideal el de invierno, o sea, que atardezca antes porque supuestamente somos más felices si llegamos a trabajar con luz.
Curiosamente, la decisión de los ‘expertos’ es manifiestamente contraria a la de los ciudadanos. Estos creen que a más horas de luz hay más felicidad y que esta es mayor por la tarde. Evidentemente si atardece a las nueve y media en vez de a las ocho y media hay más gente en la calle. Eso hace que haya más consumo. Que los turistas gasten más. Que veamos menos televisión. Que los niños gocen de más parque y menos tablet. Y en cuanto al argumento del 74 que orientaba las costumbres al ahorro energético, solo cabe añadir que las cosas han cambiado mucho, tanto que el ahorro es más que dudoso. Conste que a este que escribe no le incomoda el cambio horario: me gustan las tardes cortas de invierno y las largas de verano. Y me gustaría que amaneciera a las seis, pero sé que no es posible. Puestos a elegir –cuando se haga, que por ahora se han suspendido las tomas de decisiones–, me quedo con las tardes algo más largas. A pesar de la tristeza de los ‘expertos’.