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6 de febrero de 2005

La mejor película de los últimos tiempos


El protagonista es un atleta que no utiliza efectos especiales ni trucos digitales

 


No ha sido el cine mi gran pasión, no. Debería haberle dedicado algo más de tiempo. O exhibir un poco más de paciencia, no sé. Pienso que para que te guste algo tienes que cederle un determinado crédito previo: hay libros que si te fías de las primeras veinte páginas jamás te los leerías, por ejemplo, y, en cambio, te encuentras con ejemplares que te devuelven más tarde el esfuerzo realizado. Yo envidio mucho a mis amigos cinéfilos, porque demuestran un aguante titánico ante auténticos ladrillos y parecen entender cosas que los demás mortales somos incapaces de alcanzar con nuestra sensibilidad. Cuanto más lenta crezca la hierba en una toma de cine iraní, más intensa suele ser la excitación ante la belleza. Es tremendo. Yo quisiera ser de esos que saben ver lo que hay detrás de cada palabra o de cada gesto paisajístico, porque los paisajes hay veces que también gesticulan y los buenos directores lo saben fotografiar. Pero no lo sé. Así que, de complejo en complejo, he llegado a esta sinceridad que siempre me resta puntos en mi, ya de por sí, escueto marcador de cultura general. No obstante, cada equis tiempo obra el milagro y me veo vencido, sin que sirva de precedente, por alguna obra maestra de Garci, de Scorsese, de Campanella o de Tarantino. Pero una flor no hace verano: Rafa Fernández, que es mi crítico de cabecera y que cumple perfectamente con el perfil criminal de destroyer mediático, sabe de mi enfermedad y renuncia a guiarme de su mano por el proceloso mundo de la creación sublime. Así que, de vez en cuando, me propone basura que sabe que me va a gustar y me insta a que se lo cuente luego con el fin, lo sé, de desmerengarse de risa.

La última maravilla que me sugirió ha resultado ser un auténtico peliculón de culto que ya he visto unas tres veces y que me ha hecho volver a creer en los milagros. No sólo eso: después de hablar apasionadamente de esa cinta, algunos amigos que, pobrecillos, creyeron en mí, pagaron una entrada por verla y, al salir, dudaban entre ir a quemar mi casa o ponerme en una peana frente a la Academia de Cine… colgado de una soga. El engendro en cuestión es tailandés, con lo que habremos de presuponer que la intensidad dramática de su cuerpo de actores dista un tanto del baremo elemental con el que juzgamos los occidentales, y está lleno de acción trepidante, persecuciones, peleas y malvados de la muerte. Pero para los aficionados al cine de artes marciales, como Tarantino o un servidor, contiene un elemento espectacular que hace que su visión sea obligatoria: el protagonista es un atleta que no utiliza efectos especiales ni trucos digitales ni nada parecido. Ejecuta ese difícil ballet de la lucha tai con un realismo cercano a la crudeza. Es, sencillamente, monumental. Lo diré ya: la película se llama ONG BAK y muchos la tienen por pura basura. Puede que lo sea, pero entonces deberé reconocer que me gusta la basura. La persecución a la que someten al protagonista unos doscientos malos por las calles de Bangkok es demoledora. La ejecución de los golpes, perfecta. Y la trama… pues tiene su cosa, porque se trata de un pueblecito al que le roban la cabeza del santo y delegan en el más listo para que la recupere de las garras de un laringectomizado cruelísimo que insta a sus luchadores a inyectarse atropina en el corazón. Brutal dramatismo. El protagonista, cuyo nombre ahora tendría que mirarlo, es de lo mejor en danza marcial que he visto desde el gran genio de Hong Kong, al que no hace falta que nombre. Los demás dan igual: tienen expresión de chino exagerado. Hay un algo en mi dormida conciencia, lo reconozco, que me dice que la película es una puta mierda, y perdón por lo soez, pero, al haber llegado ya a la edad adulta en la que te permites ciertas licencias, reconozco también que he disfrutado como un chiquillo, tanto viéndola como haciéndola ver a gente que no daba crédito. Y que, en el fondo, se lo han pasado en grande, aunque no me lo quieran reconocer.


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