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4 de julio de 2010

EL BURRO Y LA SIRENA


Las sirenas entonan un canto cautivador, por lo visto. No conozco a ninguna, pero tengo entendido que es difícil resistirse a su atracción fatal: y digo fatal por cuanto perseguirlas suele pagarse caro, con un chapuzón o un ahogamiento. Nuestra historia, la de los españoles de este siglo y del pasado, está llena de arrullos enternecedores repetidamente desmentidos por la realidad, aparece repleta de misteriosos imanes sonoros que han llevado a la buena y cándida voluntad de unos cuantos a cometer errores de forma contumaz, tozuda, machacona. La sirena vasca vuelve a emitir un difuso canto. Algunos ya se han sentido llamados por el misterio. ¿Qué tendrá la sirena?

Retorna la idea de que algunos miembros del entorno de ETA –y no del entorno, ya que Batasuna, según sentencia del Supremo, es ETA– quieren aterrizar y desligarse de un final que se acerca de forma inexorable. Algunos aseguran que les han escuchado decir que quieren utilizar la política para obtener sus fines separatistas y totalitarios, que ya no es útil la violencia, que hay que poner el marcador a cero y pactar una presencia que permita superar «conflictos» y augurar un futuro en paz. Mientras eso afirman quienes aseguran tener oídos dentro del monstruo, los miembros fetenes de Batasuna pactan con Eusko Alkartasuna embutirse en sus listas y luchar por objetivos comunes. Que son: la independencia del País Vasco, la libertad de los «presos políticos», la suspensión de los juicios pendientes y la legalización de las organizaciones proetarras. Ni una palabra acerca de las víctimas, del terror sembrado por ETA, ninguna condena al respecto, ningún gesto de desapego a la historia de la banda asesina. Por supuesto equiparan violencia de la «resistencia armada» con la legítima acción represora del delito por parte del Estado. ¿Dónde está el cambio sustancial? Según los exégetas, hay que saber verlo: su vocabulario está sujeto a compromisos históricos y no pueden desdecir años de verborrea incendiada, pero en el fondo de las cosas hay un aroma indudable a rectificación. La sirena. Los mismos que llevaron a este Gobierno a cometer el error de la negociación con ETA son los que quieren dar carta de verosimilitud a una burda maniobra para volver a obtener los beneficios que supone estar en las instituciones. EA es un partido boqueante, con muy poco que obtener en el mercado de los votos, y que entiende que una alianza con aquellos a los que siempre han estado próximos puede permitirle sobrevivir un tiempo más; Batasuna, por su parte, encuentra en ellos al tonto útil que precisa para colarse en el único medio de vida que puede permitir a su colección de inútiles ganar algo de dinero, para su propio bolsillo y para la organización que llevará al País Vasco un edén socialista e independiente del resto del mundo. En pocas palabras: Batasuna pone los votos y EA, el soporte legal. Es la vieja trampa. Parece que esta vez el Gobierno no piensa tragar, dado que el momento en el que estamos es el de no dejarse engañar, no es el de hacer ver que se dejan sorprender en su buena fe como teatralizaron en el caso de ANV. Conociéndolos, tampoco hay que fiarse: si les conviene por meros intereses electoralistas, intentarán hacerlo. Pero hoy, lo que se dice hoy, esta burra vieja, por esta vez, no la van a comprar.

El infame error de la negociación aún pesa en las alas de sus ejecutores. El proceso fue inverso al de anteriores conversaciones en las que se declaraba tregua y luego se hablaba: aquí primero se habló, se exploró y luego llegó la tregua. Que los propios terroristas rompieron ante las narices del presidente del Gobierno volando por los aires la T4 de Madrid horas después de que éste asegurase un tiempo inacabado de paz. Es comprensible que se tienten la ropa antes de volver a sentarse ante ETA y que prefieran la vía de las detenciones y el acoso: metiéndolos a todos en la cárcel, ya pueden cantar todas las sirenas que quieran que su eficacia es nula.


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