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9 de noviembre de 2018

Sánchez, pillería y oportunismo


Ahora puede dedicar su tiempo a levantar la losa de Franco

¿QUÉ nuevo ámbito de la sociedad española va ser el objetivo de Pedro Sánchez para crear problemas donde no los hay? La respuesta no deja de ser una incógnita: puede ser cualquiera. Un Gobierno especializado en despertar demonios dormidos, en desbaratar instituciones varias, en encabronar diversos colectivos, es un Gobierno que puede dedicarse a cualquier acción disolutiva, ya que, en realidad, ha perdido la vergüenza. Por el momento, y antes de que sobrevenga alguna ocurrencia de última hora, el presidente del increíble Gobierno inesperado ha conseguido que las hipotecas sean más caras y más inaccesibles. Esa fraseología consistente en decirle «al pueblo» cosas que supuestamente el pueblo quiere escuchar (o que necesita darse por el cuerpo como una crema de consuelo ante las adversidades) cursa con un precio inevitable: es mentira y, además, contraproducente. Pero así son los peronistas de nuevo cuño, de edición digital.

En la antesala de la vista oral de un juicio trascendental para la democracia española, esa que a ojos de Puigdemont y Otegui prácticamente no existe (menuda paradoja: la ETA de Otegui ha matado en Barcelona con tozudo desempeño durante muchos años, pero eso a Puigdemont le importa tan poco que su único deseo es una alianza con quien representa a los carniceros que laminaron Cataluña; Hipercor, Vich y Ernest Lluch incluidos), a Sánchez solo se le ocurre reclamar con insultante suficiencia un ápice de «autocrítica» al máximo Tribunal español a cuenta del errático y churretoso proceso que tiene que ver con los impuestos de una hipoteca. Sánchez exige a un Tribunal (que le ha hecho un gran favor dejándole la pelota en el área para que la remate a puerta vacía) lo que él ha sido incapaz de poner en práctica a lo largo de estos erráticos meses de Gobierno. Si es que a esta banda se le puede llamar Gobierno. Ni una palabra por sus rectificaciones, por sus Presupuestos fallidos, por sus irregularidades doctorales, por sus ministros abrasados, por sus empeños guerracivilistas o por su alistamiento con el populismo más ramplón: la autocrítica siempre es cosa de los demás.

Dotado de una irritante artificialidad, Sánchez ha pretendido estimular una corriente de adhesión a sus meandros políticos mediante el método antiguo de la baja lisonja. Asegurar, a las pocas horas de haber decidido el Supremo que quien debe seguir pagando impuestos es el ciudadano, que los ciudadanos (y ciudadanas) no van a volver a pagar el impuesto de marras a la hora de escriturar una vivienda mediante la firma de una hipoteca es de una sinvergonzonería demagógica sin precedentes. Cualquiera con dos dedos de frente, y más un supuesto doctor en Economía, sabe que ningún banco está dispuesto a sufragar la compra de vivienda alguna por parte de ningún particular y que todo gasto atribuido a la cuenta de resultados de una entidad que vive del préstamo será repercutido, de una forma o de otra, al crédito concedido, es decir, que el prestatario, quien recibe el dinero para hacerse con una propiedad, correrá con los gastos de manera directa o de indirecta. Si de verdad Sánchez y su camarilla quisieran estar al lado de «la gente», suprimirían un impuesto inusitadamente alto que sirve para engrosar las cuentas de esos sacamantecas que son las comunidades autónomas y no se vestiría de Robin de Los Bosques para hacer creer que ha aliviado la cuenta de resultados de los particulares cargando la imposición sobre los hombros de los malvados banqueros españoles. La jugada, habida cuenta del populismo ramplón de muchos españoles, es de olfato rápido y de conocimiento del terreno que se pisa, pero es una ofensa más a la inteligencia de los votantes, la cual, a simple vista, está por demostrar.

Ahora puede dedicar su tiempo a ver si consigue levantar la losa de Franco. Pero ojo, pesa más de lo que parece.

 


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