El maremoto lento que va a producir sacar adelante una reforma de la reforma que no es reforma puede alcanzar cotas llamativas
Con acusaciones de tongo y votación de infarto, la reforma sale adelante por el momento. Garamendi ha triunfado. Bueno, y Sánchez también, cada uno a su manera. La del vasco, discreta, sin darle importancia, sin sembrar el campo de víctimas, pero derrotando a varios enemigos a la vez. Ha derrotado a quienes querían devolver la legislación laboral a la noche de los tiempos sindicales. Ha derrotado a algunos supuestos empresarios mangoteras que llevan haciendo negocio con el trabajo de los demás. Ha derrotado a la facción del Gobierno que quería desdibujar la presencia elemental de quienes crean empleo, y, si me apuran, también ha derrotado a los entusiastas de la derecha que pretendían que nada había de moverse sin su permiso. La Reforma de la Reforma era un paquete del que la CEOE advirtió que se bajaría en marcha si era trastocado en el Parlamento: ese era el misil que ponía en dificultades a la ministra Chulísima del Gobierno y que le obligaba a suplicar a sus socios de izquierda que olvidaran todo aquello que había prometido acerca de la derogación taxativa. La política obliga a según qué cosas, y una de ellas es a calcular cada tiempo, siempre cambiante. Los socios del Frankestein se creyeron lo de la derogación y exigieron que se procediera al derrumbe: Bruselas no lo permitía y Sánchez olvidó sus promesas, con lo que el escenario obligaba a la comunista Díaz, la bien vestida, a mendigar el voto de sus socios con tal de no verse apoyada por Cs, lo que le provoca no asquito, sino urticaria. Finalmente, Sánchez hincha el pecho porque demuestra que tiene más alternativas que el mero monstruo de su coalición de investidura y Díaz ve desmerengarse el proyecto con el que acariciaba proclamarse alternativa guay de la izquierda, que no era más que pobres alianzas con todos los detritus de la rancia radicalidad periférica, Oltra, Colau y otras excrecencias.
Habrá que ver qué consecuencias consecutivas trae la votación de ayer, pero el maremoto lento que va a producir sacar adelante una reforma de la reforma que no es reforma puede alcanzar cotas llamativas. ERC, que todo lo fía a la Mesa de Diálogo, puede ver recortadas sus expectativas por un Psoe poco agradecido, y Aragonés, el presidente catalán, sentirá cierto temor de perder el apoyo de los Comunes y, con ello, estabilidad de su gobierno. Puede que al final no pase nada y todos se mantengan apoyados en los demás como los dos borrachos del abrazo, pero a buen seguro dos de los actores de los pactos contemplarán la escena desde el balcón del gusto. Uno será Garamendi, como he dicho, que ha tenido que soportar no pocos ataques de fuego supuestamente amigo, y otro será Sánchez, que incluso puede quedar como el centrista vocacional capaz de construir mayorías alternativas, es decir, capaz de pasar de «Con Rivera No» a «Con Arrimadas Sí». Sánchez obtendrá a cuenta de su vicepresidenta un placentero «Dear Pedro» de Bruselas y una aureola de hombre flexible. Siempre que esto no haya sido un tongo.