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11 de febrero de 2022

Al pendejo ni caso


Las palabras del pobre López Obrador son consideradas como un conflicto fantasma que nadie toma en serio

Durante la noche franquista, México y España, a pesar de no tener relaciones oficiales, vivieron un extraordinario intercambio cultural y humano. No teníamos embajadores pero teníamos toreros y artistas que iban y venían sin límite de tiempo. Cantinflas vivía en Madrid y Amparo Rivelles en DF. Arruza triunfaba en España y Luis Miguel en la Monumental mexicana. Empresarios de todo tipo intercambiaban inversiones, exiliados volvían y españoles visitaban aquel país siempre deslumbrante. En el 77, López Portillo y Suárez, por impulso de Juan Carlos I, normalizaron relaciones y dos sociedades íntimamente unidas se fundieron en una familiaridad oficialmente cordial. Hoy, un populista sin más oficio que su demagogia de borrachín, vuelve a las andadas que inició en 2018 reclamando al Rey de España que reparara las ofensas que, dice, se infligieron en la Conquista, y reclama una «pausa» en las relaciones bilaterales. No le ha hecho caso nadie, ni siquiera la comunidad política y cultural de México, que sabe que una de las tácticas baratas de los incompetentes es buscarse un enemigo extranjero para desviar la atención de un país desunido. Las palabras y gestos del pobre López Obrador son consideradas como un conflicto fantasma que nadie toma en serio. España, para un sujeto que tiene su sociedad completamente inestabilizada, es el enemigo perfecto: de esa manera se intenta desviar la mirada sobre una sociedad que asesina periodistas y mujeres, ve peligrar su seguridad civil elemental y ha gestionado la pandemia de la manera más obtusa y trágica.

El problema de México no es Iberdrola o Repsol, ni los empresarios españoles que han desarrollado la Rivera Maya y que han creado cientos de miles de puestos de trabajo en el sector turístico: es el anquilosado gobierno de las cosas que ha convertido un país con posibles y grandes expectativas de futuro en un escenario enloquecidamente inoperante. Si las mismas palabras que ha pronunciado este botarate las hubiese pronunciado Zedillo, Calderón o Peña Nieto, hoy estaríamos ante una alarma diplomática de primer nivel y un conflicto histórico de envergadura. Pero las ha escupido un inútil sin crédito, razón del bochorno que sufre cualquier mexicano ilustrado con el que intercambies opiniones, y que busca en la noche de los tiempos una excusa con la que justificar su incapacidad manifiesta.

Puede que en España encuentre algún estúpido que justifique sus palabras, pero a la mayoría de españoles, incluidos los que aman sinceramente ese gran país, entienden que no tienen nada que ver con las cuitas de una sociedad que es independiente desde hace un par de siglos y que, como mucho, gracias a la llegada de Cortés logró que los indígenas dejaran de comerse unos a otros. Lo mejor, como está dicho, es no hacer ni caso a los discursos de un venado que imita los peores discursos del chavismo o el madurismo.

México merece, por la calidad humana de su población, más altura y eficacia en la gestión de su endiablada realidad, y no a un pobre pendejo desnortado incapaz de arreglar las desigualdades de su país.


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