El viejo sueño del sur se vislumbra posible
Hoy acaba la campaña andaluza. Sin poder descartar jugadas de barrio bajo, las cartas están dadas y solo queda asistir al debate final del último domingo de primavera en una tierra en la que los sofocos han aparecido antes de tiempo. Me permito algunas consideraciones de última hora.
Discúlpenme, pero Andalucía es la comunidad de mayor potencial de España. Goza de elementos privilegiados y de un factor determinante: todos quieren venir al sur. Unos a pacer y otros a emprender. Tan solo falta que las condiciones para crecer y multiplicarse sean idóneas: seguridad jurídica, amabilidad burocrática y capacidad de negocio. En estos últimos años esas circunstancias se han organizado de forma razonable y se ha producido en este enclave de España un despegue de indicadores de convergencia que han despertado las esperanzas de propios y extraños.
El viejo sueño del sur se vislumbra posible: dejar de ser un cesto amamantado y convertirse en una suerte de cabecera de tren. Aquellos que creían que este acudidero festivo jamás podría convertirse en un puntal del desarrollo, ven con ojos sorprendidos que Andalucía se despereza de sus legendarios agarrotamientos y echa a volar sus ansias en un país, por lo general, preso de complejos territoriales que coartan a sus históricas comunidades punteras. Excepción hecha de Madrid.
Lo que se decide este domingo en Andalucía es la continuación de un camino que parecía abruptamente cegado, insospechadamente resignado a ser inabordable. ¿Cómo era posible que una comunidad querida por todos no atrajera a su seno a los inversores que sí destinaban sus posibles a territorios en los que discusiones bizantinas y exclusivistas eran pan de cada día? ¿Por qué razón los que querían venir a gozar de su extroversión festiva no lo hacían para crear modelos de desarrollo? ¿Qué desconfianza hacía que solo se quisiera disfrutar de un día de playa y no de unas jornadas de trabajo? La gran labor de estos tres años últimos en este viejo sur de España ha consistido en evidenciar que aquí abajo, además de divertirnos, somos capaces de crear riqueza desde la lealtad y abrigar proyectos de forma cálida ofreciendo la calidad de vida que se le atribuye a esta tierra. Sólo ha faltado, durante años, mostrar la capacidad de acogida administrativa a aquellos que desconfiaban de la efectividad real del carácter productivo de los andaluces. Cuando eso, merced a políticas serenas, se ha hecho palpable, ha permitido un despertar que augura un futuro halagüeño para aquellos que han defendido las posibilidades de desarrollo de una tierra condenada de antemano a los permanentes lamentos históricos de sus dirigentes. Se acabaron esos lamentos. Andalucía puede. Y debe querer. Basta de complejos. Basta de excusas. Basta de lloros, de deudas históricas, de miradas recelosas, de autocomplacencias. La tierra de mis bisabuelos, de mis abuelos, de mis padres, de mis hijos, tiene una oportunidad real de deshacer los nudos de inoperancia a la que la han condenado muchos imponderables.
Que cada cual obre en conciencia. Pero conste que las oportunidades no se dan todos los días.