La gerencia de las cosas en Cataluña es un remedo exacto de la célebre gata Flora
En Cataluña pasan cosas cada vez más raras. Ya no me refiero al obispo enamoriscado de una fabuladora erótica, ni de los Mortadelo y Filemón que Puigdemont quería importar de Rusia, no. Conociendo el paño, eso son menudencias. Me refiero a las rabietas infantiles y posturas teatrales que adoptan sus dirigentes, si es que se les puede llamar así, y que solo están consiguiendo dejar atrás a una comunidad pujante. Muy llorona, pero pujante. Se han ido empresas que no volverán y no han llegado inversores que no llegarán jamás. Todos se miran entre ellos, sobreactúan, se hacen la víctima, sorben las lágrimas de su patriotismo de verbena, se enfadan, se odian, buscan un culpable y vuelta a empezar. Ahora la tragedia está en la retirada de la mesa por parte de AENA, o sea el Gobierno, de 1.700 millones de euros destinados a ampliar el aeropuerto de El Prat, una cosa que reclamaban sin cesar todas las administraciones catalanas sin excepción, una detrás de otra. El Gobierno ha recogido el dinero con una rapidez sospechosa en cuanto ha visto que en la Generalidad no se ponen de acuerdo acerca de la conveniencia de una nueva pista que afectaría a unos terrenos ciertamente estimables que colindan con el aeropuerto.
La famosa finca La Ricarda, propiedad de una familia particular, es un humedal muy atractivo incardinado en el delta del río Llobregat y con un valor ecológico no despreciable. No solo tiene patos, vamos. Tiene una casa de esas a la que le dan valor los arquitectos, perteneciente a la arquitectura racionalista, que indudablemente caería sepultada, como la laguna y los pinares, bajo la lengua de cemento de la nueva pista. Al parecer, no es trasladable ni reproducible en otro lugar. Los desacuerdos entre ERC y Junts, la negativa de la CUP, también de los Comunes -y de la parte podemita del Gobierno-, la convocatoria de una manifestación en contra a la que han anunciado su presencia miembros del Gobierno catalán, han hecho decir a AENA que los 1.700 millones se dedicarán a otra cosa y que hasta dentro de cinco años no les vuelvan a molestar.
La gerencia de las cosas en Cataluña es un remedo exacto de la célebre gata Flora, que si se la metes chilla y si se la sacas llora. Dicen que ni hablar a esa nueva pista y se indignan por la retirada de la pasta y del proyecto. El enésimo berrinche de estos cantamañanas puede tener consecuencias por carambola en todo el tablero político español, ya que sin ERC Sánchez no saca sus futuros presupuestos. Ello me lleva a pensar que tal vez el arreglo de este asunto se deje para la famosa mesa de diálogo y así darle cierta utilidad, sabiendo las dos partes que no se puede hablar de autodeterminación ni de amnistía. Si eso ocurre así, La Ricarda dejará de ser una excusa y la pista, una realidad. De no hacerlo darán otro pasito en la deriva para que Cataluña sea un inmenso humedal. Muy bonito y ecológico, pero un humedal.