¿Alguien cree que, si no dependiera de ellos, Sánchez sacaría de la cárcel a los golpistas?
La contumacia feroz con la que Pedro Sánchez persigue su apaleamiento por los votantes resulta estupefaciente. Ni un día sin su afán: que no pasen unas horas sin sacar brillo a los clavos de su martirio. Sin medirlo ni pedirlo, fuera de cacho y sin orden de lidia, Sanchinflas se ha lanzado por la pendiente precipitada de las declaraciones inadecuadas, sin contentar a nadie y sin obtener aparentes beneficios de su extemporánea perorata acerca de las revanchas y las concordias. De aquí a que conceda los indultos, si los concede, le espera un permanente desgaste corrosivo del que no acabo de ver el beneficio, pero que sí le garantiza tener que retorcer los argumentos expuestos en su inusitada comparecencia en Bruselas hasta que la torsión de las palabras acabe explotándole.
De lo vivido hasta ahora pueden deducirse varias cosas. Quiero imaginar que los diversos delincuentes que pueblan las cárceles de España habrán tomado buena nota y sabrán ya que, aunque dispongan de un informe en contra del tribunal que les sentenció, la mejor manera de conseguir un indulto es no pedir perdón, no mostrar modo alguno de arrepentimiento y anunciar a los cuatro vientos de la cárcel que en cuanto salgan lo volverán a hacer. Ante eso no hay, por lo visto, gobierno que se resista. Cuando un presidente del gobierno, por nutria que sea, piensa y razona como los golpistas y utiliza su propio lenguaje equiparando el código penal a la revancha y la venganza ¿qué puede esperar el resto de la población reclusa? Quiero imaginar que estará deseando que Sánchez se interese por su causa y obre también en consecuencia.
Pero el resto de esa población debe conocer el gran factor diferencial: al robar un televisor o apuñalar a su pareja, no estaban solventándole la vida política al Dr. Calamidad. ¿O es que a esta altura del día alguien cree que, si no dependiera de ellos, Sánchez sacaría de la cárcel a los golpistas? No; por aferrarse al poder es capaz de lo más inverosímil, de la ignominia incluso, de que todos nos demos cuenta de que el factor desintegrador no era Iglesias -que también tenía su dosis de disolvente-, sino que siempre ha sido él, un aventurero golfo y sin principios, que está tensionando la legislatura hasta límites inverosímiles, cuestionando la propia teoría de la resistencia de materiales hasta el fin de su aguante.
Aspira a recolectar en Cataluña lo que pueda perder en los territorios en los que pueblan los barones socialistas, esos seres mitológicos que han empezado a dar signos de vida autónoma, pero no sé. Ni siquiera los beneficiados por su espíritu prevaricador están satisfechos de que este presidente de saldo haya considerado a los tribunales un puñado de vengativos revanchistas. Jaume Asens, el abrótano macho del pensamiento podemita, ha escrito que se acabó el tiempo de los jueces y que empieza el de la política. ¿Saben qué quiere decir eso?: que se declaran por encima de las leyes. Empieza la fiesta. Sánchez, sujétales el cubata.