Hoy no se sabe quién queda y quién se va
El aleteo de la mariposa murciana ha sido capaz de crear un vendaval en Madrid. En España entera. Para que después le den poca importancia a las ‘provincias’. Un inexplicable error de cálculo de Inés Arrimadas y su guardia de corps, creyéndose las milongas de Sánchez y su cohorte milagrera de mangantes, ha provocado la disolución sorprendente, como un azucarillo en agua hirviendo, de uno de los partidos de la ‘nueva política’ que se nos había aparecido para regenerar la España avinagrada del bipartidismo. Ciudadanos, en un alarde de amateurismo digno de una medalla de lata, rebuscó en su armario de agravios para encontrar razones para sustituir al gobierno murciano de López Miras por otro a pachas con el PSOE. Resultó conmovedor el intento de explicar su indignación sobrevenida por la indudable corrupción murciana y su entrega de pies y manos al sanchismo y sus apóstoles mediáticos. No resultó porque no se lo creyeron ni los suyos. El gobierno murciano sigue más o menos como estaba y ya veremos qué habrá de pasar con el Ayuntamiento de Murcia. Madrid, como sabemos, también experimentó la disolución por capilaridad y a día de hoy resulta difícil saber cuánto magma de la anterior nómina sigue en sus puestos.
No voy a elaborar un cántico forzado por el viejo bipartidismo, pero es inevitable constatar cómo las nuevas formaciones que iban a regenerar la plúmbea vida política española han degenerado en agrupaciones fallidas. Podemos, esa formalización de las absurdas asambleas del 15-M que solo sabían vociferar consignas trasnochadas, ha degenerado en una agrupación de militantes al servicio de un matrimonio, o de lo que sean los moradores de la dacha de Galapagar. Ni una buena idea, ni una buena acción: gracias al tunante impostor de Sánchez han tocado el pelo del Poder, sin beneficiar a los ciudadanos en ninguno de los apartados paradisíacos que prometían cuando elaboraban conjuras totalitarias en las tiendas de campaña de la Puerta del Sol. Ciudadanos nació como una valiente alternativa al sectarismo nacionalista catalán, ejerció con dignidad su primer cometido y prometió el paraíso liberal en cuanto cruzó la línea Maginot del Ebro. Si alguna vez hubo un ideario central, nuclear, elemental de liberalismo en la formación, quedó sepultado por el aluvión de curiosos y oportunistas que inundaron las listas del partido. Ni la izquierda ni la derecha españolas son liberales, pero eso es objeto de otro artículo. Es un refugio para curiosos, más que un imán ideológico. Y en cuanto se cometió el error de la entrega a un sujeto como el socialista más tóxico y embustero que ha dado la historia, la desorientación se hizo realidad. Hoy no se sabe quién queda y quién se va, quién viste la camiseta y quién se la regala al primero que pase, solo se sabe que es el otro ejemplo fallido de la política que iba a proporcionar a la gente nuevas alternativas a la política gastada del bipartidismo patrio.
Habrá que ver quién queda después de esta inacabable noche de Walpurgis.