Sánchez manda a su vicepresidente de facto a sentarse frente a la sujeta que señalaba los objetivos de la ETA merecedores de sus dosis de plomo
Lo sé, lo sé, la política obliga a desdecirse muchas veces de lo que se había prometido, de lo que se había asegurado; y ‘nunca’ quiere decir ‘depende’, y ‘siempre’ se transforma en ‘por ahora’; y así todo. El productor y director de cine King Vidor lo resumió en una frase perfecta el día que se enfadó con una actriz: «Juro que jamás, nunca jamás en mi vida, volveré a trabajar con la miserable de menganita… hasta que la necesite». En la actividad política en general sabemos que la palabra tajante de cualquiera de sus actores tiene un periodo de vigencia no excesivamente largo. El último ejemplo está en España: el embustero de Sánchez dijo en campaña electoral que no podría dormir con Iglesias en el Gobierno y pocas horas después de las elecciones firmó un acuerdo con ese sujeto entre unos abrazos que parecían los de dos hermanos separados en la guerra y vueltos a reencontrarse. Pero, reconozcámoslo, hasta hace poco hubo algunos límites, contados con los dedos de la mano, pero ciertos: uno de ellos, actuar ante los herederos de ETA como si fueran un elemento más del arco parlamentario. Con Otegui, ante el que algunos pueden exhibir la justificación de que ayudó a retirar a ETA de las barricadas (eso me dice siempre Rodríguez Zapatero), algunos empezaron a abrazarse como si tuvieran mucho en común: no había condenado jamás los crímenes de la ETA, pero a los independentistas les daba igual porque, en el fondo, buscaban lo mismo (total, ellos tienen en sus filas a asesinos como Carles Sastre, tan ufano de sus hazañas).
Los dos partidos mayoritarios -y alguno más- siempre exhibieron cierto pudor a ese intercambio de fluidos. Cómo no, lo rompió el PSE mediante la elaboración de algunos platos conjuntos entre Idoia Mendía y el Cromagnon abertzale. En cuanto Sánchez necesitó su voto para permanecer en el poder al precio que hiciera falta pagar, comenzó no ya el blanqueo de Batasuna -o lo que sean y como se llamen- sino directamente su cortejo. La cosa comenzó a niveles parlamentarios, ya de por sí repugnantes: dos socialistas sentados con dos tipos que justifican el asesinato de otros socialistas. Pero en esta ocasión, con motivo de la aprobación de los presupuestos, quien se ha sentado con los representantes de la ETA ha sido, directamente, el Gobierno, el cual sabe que las exigencias de estas y otras perlas es aprobar un techo de gasto de coste insufrible y de cuadratura impracticable; no siendo eso, con todo, lo más despreciable del asunto. Un tipo que no tiene escrúpulos manda a su vicepresidente de facto a sentarse frente a la sujeta que señalaba los objetivos de la ETA merecedores de sus dosis de plomo. Y lo hace como si tal cosa, como si fuera una parlamentaria más, como si se tratase de un partido ‘progresista’ cuyo único interés fuera la mejora de las condiciones de vida de los españoles. Esa indecencia, ante un aborregado y narcotizado votante socialista, no comporta factura alguna. Ese es otro drama. Y no menor.