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18 de mayo de 2003

Las niñeras británicas


Recuerda usted el bofetón más sonoro que le propinó su señor padre siendo usted un trémulo infante? Seguro que sí, pero no hagamos del pasado un falso y blando algodonal y no discutamos: es mejor no pegar que pegar. De acuerdo con que hasta los más 'garantistas' pedagogos reconocen el efecto beneficioso de un oportuno cachete en un momento extraordinariamente puntual, pero el castigo físico dejaba y deja puertas demasiado abiertas a su propia generalización. La violencia no acostumbra a ser solución de casi nada. Bien. Todos de acuerdo. Qué ilusión. Pues ahora, a estas alturas, el Gobierno británico ha decidido prohibir a las niñeras que abofeteen o castiguen físicamente a los niños ingleses -aun de tener éstas el consentimiento de los padres- en un edicto de los antiguos, de los que nos lleva a una Inglaterra victoriana en la que las nurses paseaban con sombrilla de encaje llevando de la mano a niños redichos y repeinados. Un niño rico inglés, de los que pueden tener niñera, puede que se nos antoje abofeteable, repelente; un niño medio, de los que más que niñera tiene canguro, que es otra cosa, puede recordarnos a algunos turistas que tienen la deferencia de visitarnos en verano y también puede resultarnos repulsivo; un niño 'desestructurado', desgraciadamente, no tiene niñera y sí en cambio quien le machaque a golpes. 

A mi generación le tocó vivir el final de la costumbre maltratadora de algunos colegios: en el mío, sin ir más lejos, había profesores que eran propios de denuncia a Amnistía Internacional: la 'chasca' volando entre las cabezas, la vara, la regla, la caña para azotar las palmas de las manos, los tirones de pelo, de patillas, los bofetones que te dejaban sorda una oreja, en fin, eran pan de cada día. Ya cumplidos los dieciséis eran más prudentes: alguno de nosotros podía volverse y hacer daño, con lo que cambiaron los modos. Y era un buen colegio, guardo memoria leal a sus estructuras. Pero recuerdo aquel tiempo como unos años en los que ninguna norma gubernamental prohibía masacrarte la yema de los dedos con una regla. Ahora, por el contrario, no sólo no se le levanta la mano a nadie sino que es el propio profesor el que tiene que cuidarse de auténticos salvajes amparados por sus propios padres. Son los ya clásicos pendulazos de nosotros.

En casa era otra cosa: mi padre sólo me cruzó la cara una vez y creo que enfermó por ello. Al no haber tenido niñera, ignoro lo que se siente cuando una persona ajena a la estructura familiar se toma el derecho al guantazo, pero me pregunto hasta qué punto habrán llegado las propias inglesas para que el mismísimo Gobierno haya tenido que poner pie en pared: tal vez esto explique buena parte del comportamiento de los rubicundos y pelirrojos muchachos de aquellas tierras que nos visitan cuando juega su club de fútbol aquí en casa. Una niñera maltratadora, con aspecto de catadora de vinagre, pálidamente británica, con voz de pito y un desproporcionado amor por las lenguas muertas es el camino más derecho que existe hacia la violencia futura. Ha hecho bien el Gobierno de Blair en darse cuenta


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