Ha llegado a conseguir que en su entorno no se pronuncie la cifra `cinco´.
El ejercicio de la rima, tan denostado por estos poetas de ahora, parece haber quedado para los que dedican buena parte de su plática a la concesión de `premios´. Mi compadre Jesús Melgar, uno de los grandes especialistas del mundo castellanohablante en lo que a esto se refiere, dedica siempre algún segundo de su conversación a provocar la caída del otro en la rima sangrante. Se concede `premio´ a aquél que acaba una frase con la palabra adecuada para responderle una obscenidad; por ejemplo: se pregunta «Oye, menganito, ¿cómo se llama el actor ese que protagonizó Rambo?»; inmediatamente salta uno y contesta «Stallone», a lo que simplemente hay que decirle «Premio», ya que redondear el juego contestándole «pues agárrame los.» no deja de ser una estruendosa falta de educación nada aconsejable en los salones marquesados.
Cuando uno se topa con jugador de `premios´ debe andar con un cuidado exquisito para no caer constantemente en la provocación: si usted acaba de pronunciar una palabra que acaba en «ones», como melones o jamones, el profesional siempre intentará que usted la repita aduciendo no haberle entendido; cuando usted insista y diga de nuevo `melones´, le caerá en lo alto todo el castigo corrector. Vigile siempre el uso de determinadas terminaciones: todo lo que finalice en `one´ -como `terminaciones´, por ejemplo-, malo; por no decir lo que acabe en `ota´, en `ijo´, en `ajo´ o en `ino´. Por supuesto, tal y como usted ya ha intuído, el premio máximo se le concede a todo aquello que termina en `olla´ u `oya´, que lo mismo da. En el Parlamento de Andalucía se vivió una sesión memorable para aquellos seguidores de este divertimento: el entonces presidente andaluz Rodríguez de la Borbolla, inolvidable político, inolvidable caballero, cometió el desliz de acusar a un miembro de la oposición de `felón´y jugar con su apellido, también acabado en `on´. El tal Rejón le contestó muy sabiamente argumentándole: «Verá usted, señor presidente, yo, llamándome Borbolla, no me metería en jueguecitos de rimas». La carcajada aún perdura, siendo el propio Borbolla el primero en soltarla.
El refinamiento de los jugadores de premios llega hasta el punto de querer provocar a toda costa el tropezón de los más desprevenidos. Si un día a alguien le hablan del `danismo´, no caiga en la trampa y pregunte «¿qué es el danismo?» porque inmediatamente le contestarán «un huevo colgando y el otro lo mismo», que ya sé que es una ordinariez, pero que está en el mundo y hay que ponerlo. Viendo un prodigioso atardecer portuario, nuestro hombre comentó: «mirad cuántos albatros, cuántos alcatraces»; a lo que repuso un infeliz aquello que esperaba el malvado: «no, hombre, no, son gaviotas»; evidentemente hubo de escuchar una ingeniosa rima que tenía como protagonista a las pelotas. Ha llegado a conseguir que en su entorno no se pronuncie la cifra `cinco´, ya que su concomitancia sonora con la primera persona del presente de indicativo del verbo `hincar´ es evidente.
Este Jesús, de quien hablo, aprovecha incluso a preguntar la hora cuando sabe que faltan o pasan cinco minutos de algo para rematar con la expresión «premio al caballero» -nunca acostumbra a elaborar la rima completa de no estar en ambientes de máxima confianza, claro; será un ca