Para aquellos que no están demasiado familiarizados con la información de empresa y capitales, las peripecias de Endesa les traerán a la mente el nombre de Manuel Pizarro, de Acciona, de Enel, los italianos, la venta de acciones y la resistencia a una opa de Gas Natural primero y de los alemanes de E.on después; a los que tienen contratada la electricidad con esa importante marca les sonará el recibo de la luz y a los que oyen y ven publicidad a diario les vendrá a la mente la excelente campaña de Actitud azul con la que ahora se están anunciando en varios medios. A Endesa llegaron los italianos de Enel, sus auténticos propietarios, de la mano de la familia Entrecanales, propietarios de Acciona, que se hizo con un importante paquete de acciones que luego vendió a la eléctrica italiana. Un hombre clave en ese desembarco fue Borja Prado, el presidente de Mediabanca, un importante banco de inversión de hechura también italiana, que, a la sazón, fue nombrado presidente de la eléctrica hace algo más de un año. Su labor consiste, entre otras cosas, en servir de puente institucional entre los transalpinos y las autoridades españolas y, mientras aquellos no quieran dejar de disimular, contarán con sus buenos servicios para llevar bien engrasadas las relaciones con los ejecutivos de la empresa que, en su gran mayoría, siguen siendo españoles. Prado, además de prestar sus servicios en Endesa, sigue trabajando en su banco de su alma: hasta las cuatro o cinco de la tarde con los de la luz y a partir de ahí y hasta medianoche con los de las inversiones. Luego, por lo tanto, come en la empresa, y ahí voy.
En algunas ocasiones he tenido el honor de ser invitado a comer en el despacho de algún importante presidente de compañía. Son gente con poco tiempo y, normalmente, poco aprecio por la comida, que consideran un trámite. Te dan conversación agradable e instructiva, pero más vale ir medio comido por si acaso. Prado, con cuyo padre me unió una buena amistad y de quien hablamos largamente durante el almuerzo, es de los de conversación agradable, pero de los de comida sencilla y magnífica. Una cocinera que tiene trazas de abuela sublime le prepara de comer como si estuviera en su casa y consigue que las ocho horas de la primera parte de su jornada laboral sean menos trabajosas. Unas alcachofas primorosamente horneadas dieron paso posterior a unos albondigones de carne como no he probado jamás. Uno recela de las albóndigas porque nunca se sabe lo que hay ahí dentro, si carne picada o cualquier materia orgánica triturada, y porque las salsas que las acompañan suelen ser de un cursi e impostado que tira para atrás. Sin embargo, estas, del tamaño de un puño de niño de no más de siete años y medio, eran lo más primoroso que me he encontrado a lo largo de tantos años de comer en despachos y salas de juntas: sabrosas, tiernas, jugosas y deslumbrantes. Puede que no tengan más secreto que buena carne picada de ternera con todos sus avíos -pan, huevo, ajo, perejil, algo de nuez moscada- y una salsa con reducción de brandi que sepa a carne, pero hay que saber hacerlas. Y luego saber apreciarlas, está claro.
No sé cuánto tiempo andará Borja Prado en esa casa, ya que su misión se cumple en un determinado plazo. Cualquier día, por otra parte, decide dedicarse al campo, su gran pasión, y a su ganadería de bravo, Torrealta, que pasta en tierras gaditanas de Medina Sidonia. O se encierra en su banco todas las horas del día y vaya usted a saber si se lleva ahí a su cocinera. Pero debe saber que estoy dispuesto a volver cuando tenga a bien y prometo aprenderme de memoria todo lo escrito y decretado sobre el déficit de tarifa y los detalles de la compra de acciones por el propietario italiano. Y podemos seguir hablando de aquel gran hombre que fue Manuel Prado y Colón de Carvajal, que tantos servicios hizo a España y tan leal fue siempre al monarca español. No mereció el final que tuvo y por ello creo que se debió haber publicado su libro de memorias, en el que explicaba debidamente los pormenores de su peripecia fatal con los Kio, los De la Rosa y toda esa patulea. Pero eso ya será cosa de otros albondigones.