En los albores del punk, aquello que dio en llamarse el `protopunk´, pocos podían suponer que esa desnudez de la música vuelta al feísmo más sencillo iba a desembocar en los excesos de suciedad, creatividad y mal gusto que caracterizó a un movimiento olvidado con demasiada rapidez. Nunca he sido punk, evidentemente, pero considero injusto despachar el movimiento con resoluciones precipitadas y caricaturizadas en exceso. El punk fue eso, exceso, claro, pero respondía a una necesidad musical, social, y no fue un capricho de cuatro creadores borrachos: se trataba de desvestir la música, de romper con el pasado, de provocar estéticamente y de machacar a los hippies, esos blandos y místicos muchachotes hijos de papá que lo que buscaban era algo de aventura sabiendo que, por lo general, podían volver a casa cuando se cansaran de fumarse praderas de hierba. Los hippies y su ingenua utopía eran unos cursis para los punks, que nacieron en Londres o Nueva York, cínicos, mordaces, ácidos, salvajes, violentos. Amargados como los Sex Pistols o intelectuales como los The Clash, ásperos como los The Stooges o desbordantes como los Ramones, los punks odiaban la industria musical y despreciaban las modas, sin darse cuenta de que la industria iba a acabar devorándolos en cuanto los comercializara y percatándose tarde de que se convertirían en moda a la vuelta de cuatro días. Toda aquella apuesta pasó, como todo, pero dejó sonidos que no conviene olvidar. Vengo de pasar la tarde con Jonathan Richman, un tipo de Boston, al borde de los sesenta, que alumbró destellos de punk, de música de garaje, de alto contenido eléctrico. The Modern Lovers fue su banda original y viene a ser el amanecer de la corriente musical que convulsionaría la música en el final de los setenta. Siempre hay que escuchar a los pioneros porque en ellos se encierran los secretos desarrollados años después: The Modern Lovers era un cuarteto un tanto primitivo, con aire no disimulado a Velvet Underground, empeñado en el realismo social y que presumía de construir canciones con tan sólo tres acordes. Por eso conviene escucharlos. Les aconsejo comprar en iTunes Store o en Spotify una pieza llamada Roadrunner: es el primer punk, el más fresco, el más sabroso. Con despojos de esa banda se crearon después formaciones como The Cars o Talking Heads, que de algo le sonarán. Richman, por su parte, se hizo mayor, aunque siga teniendo aspecto de eterno adolescente, y dejó un tanto su cara eléctrica: se tranquilizó, desconectó la guitarra para hacerse más acústico y vivió al margen de convencionalismos industriales. Divertido, imaginativo, permanentemente joven, Richman es una compañía perfecta para una tarde de aburrimiento, de pesadez plomiza en las alas. Sobre el escenario es caótico, brillante, excéntrico, políglota –canta en español, francés, italiano, todos macarrónicos– y responde a la exigencia de los artistas de artistas: es un enfermo de la sencillez, casi infantil, si me apuran.
No le tengan demasiado miedo al punk. Como siempre, de las cenizas de un movimiento excesivo y radical se pueden extraer algunas perlas que no necesariamente tienen que llevarnos al ejercicio del salivazo, uno de los símbolos de la época en la que los Pistols se cagaban, literalmente, en la reina de Inglaterra, destrozaban los baños de la discográfica que los acababa de contratar o pretendían abusar de las secretarias de las oficinas de su mánager. De todo aquello queda, por ejemplo, la evolución de este Richman desbordante, optimista y bienhumorado que da lo mejor de sí en piezas como No one was like warmeer, Affection, Ice cream man, Hello from Cupid o I´m so confused.
Aquellos alardes de ferretería y los consiguientes equilibrios imposibles de crestas de mil colores han quedado para su época, que es donde deben estar. Cada movimiento cultural, social o musical cumple una misión y retrata la inquietud humana de su tiempo; ahora es hora de otras movidas que no deben invitarnos a nostalgias equivocadas: los partidarios del punk envejecen dignamente, como todos, como Richman, como usted, como yo. Con más hierro sobre la memoria, pero como todos.