Posiblemente le causará sorpresa, pero con el tiempo se acostumbrará: cuando acabe la consulta con el médico del seguro a la que ha acudido a que le miren las anginas, una amable enfermera le entregará un recibo por un par de euros que usted abonará con todo agrado. Si pregunta, inocente, de qué se trata, por vivir habitualmente en el planeta Marte y no enterarse de las cosas mundanas de nuestro país, le dirán que pertenece a la nueva política de `copago´, esa que pretende que la factura sanitaria no sea tan sumamente insostenible para todas las administraciones como lo es en la actualidad. Delo por hecho: entre la redacción de este artículo y su publicación, no obstante, puede que el Gobierno haya cambiado tres o cuatro veces de opinión, que se haya contradicho otras tantas, que haya promulgado el decreto y que lo haya retirado al día siguiente, o que se haya liado la manta a la cabeza y haya adoptado una fórmula que es común en toda Europa y que exige un simbólico pago por el uso de servicios médicos al objeto de no acumular déficit tras déficit mediante dos caminos, la disuasión a aquellos que se supone que abusan sin tener por qué y la elemental recaudación de un dinero que no cubre casi nada, pero que algo amortigua. Si esa medida alcanzará a toda la población, a los paseantes, a los internos o a los mediopensionistas, no lo sabe aún ni quien tiene que tomar la decisión. Probablemente no va a ser la medida más popular que pueda tomar este Gobierno, pero parece, asimismo, poco probable que pueda evitarla: congelar o bajar salarios y pensiones, subir el IVA, crear nuevos impuestos, retirar ayudas al desarrollo o a la dependencia e impedir nuevas financiaciones a los ayuntamientos puede no ser suficiente debido a la pelota tan gorda que se ha creado y a las exigencias europeas de todos conocidas. Habrá, inevitablemente, que aligerar la factura sanitaria. Para que se haga usted una idea: la sanidad supone, en el caso de una comunidad de cierta envergadura como la de Madrid, un treinta y cinco por ciento de su presupuesto anual. Cuando recientemente se inauguró un nuevo y flamante hospital de dimensiones poderosas, se comprobó que el número de personas que acudía no restaba ni una sola a cualquiera de los hospitales vecinos, es decir, que parecía que hubiera una bolsa importante de población que no estaba atendida, poco menos que abandonada en un barrio. No es difícil aventurar que mayor oferta no va a repartir la demanda: no se sabe bien por qué, la demanda aumenta a la par. Contra el gasto farmacéutico acabará poniéndose en marcha la práctica de otros países: si su tratamiento es de quince píldoras en total, a usted no se le dará una caja de sesenta, sino un tubo con las quince que le ha prescrito el médico. Y por supuesto no se despachará sin receta más que los elementales analgésicos u otros fármacos menores.
El sistema, ciertamente, va camino de convertirse en insostenible: el aumento de la esperanza de vida y el consiguiente aumento de dependencias por enfermedades neurovegetativas harán de los centros médicos públicos lugares cada vez más frecuentados y más necesitados de todas las tecnologías posibles. Pagarlo sólo mediante la vía impositiva parece imposible. Además de pagarlo con lo que nos retiene el Estado cada mes habrá que hacerlo a cambio de servicios concretos: si lo operan mediante cirugía torácica, no le pasarán la factura que correspondería ni mucho menos, pero sí la de unos cuantos euros, que sumados al par de euros por la consulta de «lo mucho que me sigue doliendo aquí, doctor» pueden servir, por ejemplo, para pagar los sueldos del personal médico de todo el sistema sanitario. Y, en el segundo caso, para evitar la visita innecesaria, motivada por cierto aburrimiento o excesiva sintomatología hipocondriaca.
Hay quien asegura que el `copago´ es al sistema sanitario lo que congelar las pensiones al sistema de ídem. Puede que así sea, puede que resulte exagerado, pero la medida viene a lo lejos y ya asoma por las lomas de poniente. Yo lo siento por el que lo tenga que explicar, que se va a llevar miles de bofetadas, pero me da la impresión de que no queda más remedio.