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22 de noviembre de 2009

BRUCE, EL SALVAJE


Corría 1972, el año que vio morir masacrados a once atletas judíos en los Juegos de Múnich, el año en que tembló la tierra cambiando para siempre el aspecto de Managua y en el que Paquito Fernández Ochoa sorprendía a toda España colgándose una medalla de oro en Japón. Corría un año que vio también cómo un presidente norteamericano visitaba China y cómo poco después se veía involucrado en un escándalo que le costaría el puesto: Watergate y Nixon fueron nombres para siempre unidos. En 1972 comenzó la OTI, el Festival de la Canción que tan buenos momentos brindara al surrealismo, y se estrelló en los Andes un avión que transportaba a un equipo de rugby uruguayo cuyos supervivientes protagonizaron una espantosa prueba de resistencia. Todo queda lejos, muy lejos. ¿Qué hacía usted entonces? ¿Había nacido siquiera? Pues ése fue el año en el que un joven de Nueva Jersey componía un disco que vería la luz poco después y que daría medida de lo que estaba por llegar en el rock. El muchacho se llamaba Bruce Springsteen y tituló el disco The Wild, The Innocent and The E Street Shuffle. Han pasado desde entonces, si no me fallan las cuentas, treinta y siete años, cientos de miles de artistas han surgido en ese tiempo, otros tantos han desaparecido, millones de discos se han grabado, la inmensa mayoría de los cuales ha quedado en el olvido, y el muchacho en cuestión, mientras tanto, ha cumplido sesenta castañas y sigue dándole al talento y congregando en torno a sí a gente de todas las generaciones. El sábado siete de noviembre, ante un abarrotado Madison Square Garden, ciudad de Nueva York, Bruce volvió a interpretar, de arriba abajo, todas las piezas del The Wild..., incluidas dos de las cumbres más altas del rock, Rosalita y New York City Serenade –con su aire de Gershwin, con su voz queda a lo Lou Reed–, ante un público en el que se mezclaban milagrosamente los sesentones, los cincuentones como este servidor o los veinteañeros que se sabían al dedillo las urbanas letras de piezas como Incident on the 57 Street. Cuando apareció la grabación, ya metidos en el setenta y tres, algunos conocían a aquel remedo de Dylan, Tom Waits y Van Morrison con pequeños toques funk gracias al disco que le precedió –y que, como el presente, fue un fracaso de ventas–, pero pocos adivinaban que en él se encontraba el futuro del rock, como se demostró a los pocos años con la grabación del trascendental Born To Run. A lo largo de tres horas, tres, en un concierto inolvidable, el tipo desplegó toda la energía que puede albergar una voluntad auténticamente nuclear: sonó The Wild... como si lo acabara de componer, redondo, elástico, sincero, diverso, rotundamente vivo a pesar de sus treinta y siete años de vida, que es una eternidad en la música que nos ocupa. Hay discos que son viejos y están caducos un año después de haber sido grabados; otros, en cambio, permanecen frescos como si acabasen de salir de la fábrica. Hay letras que amanecen cursis al día siguiente de haber sido escritas; las hay, por el contrario, que continúan siendo comprometidas y siguen retratando las ansias secretas de colectivos de todas las edades. Es complicado traducir canciones a otro idioma del que han sido originalmente escritas –digamos que pierden impacto, golpe–, pero, para los que no manejan un suficiente inglés, traducirlas puede serles de utilidad a la hora de entender lo que transmite este sujeto sorprendentemente sencillo y estable: resulta evidente que una canción te conmociona más si sabes lo que te dice, y Springsteen, que unas veces susurra y otras araña, es un extraordinario contador de historias de la calle, un portavoz de esa especie de nación sumergida que se oculta tras la clase media y la clase obrera de su país. Luego ya del mundo entero.

Acompañado por la que probablemente sea la mejor banda de rock del mundo, la E Street Band, a algunos, a todos, nos volvió a conmocionar el mismo elemento que nos desbarató el gusto hace tantos años. Fue una suerte estar allí y sentirse como el quinceañero que era yo aquel año en que descubrí la historia de un salvaje, un inocente y un desbarajuste descomunal en la calle E.


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