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9 de junio de 2017

La memoria de Valderas


Diego Valderas es lo menos sectario que se despacha en la izquierda patria

NO es un mal tipo. Ni siquiera es un sectario. Es un gestor de cercanías. Es decir: si yo fuera habitante de Bollullos Par del Condado, provincia de Huelva, es probable que le hubiera votado como alcalde. Tiene un trato exquisito, además de un notable sentido común. Como lo tenía Manolo Cárdenas, también de IU, al frente del ayuntamiento de Trebujena, primer pueblo de la provincia de Cádiz según se va desde Sevilla. Cárdenas, comunista de viejo cuño, entendió que el progreso de su pueblo, inmerso en una nada de la nada, dependía, entre otras cosas, de la creación de campos de golf en la inmensa llanura que le separaba de las marismas del Guadalquivir. Eso para los sectarios de la izquierda dogmática era poco menos que merecedor de una excomunión política. Los que tienen que sacar adelante los pueblos que gobiernan buscan aquello que no les garantiza el simple dogma de las ideologías: no pudo hacerlo y fue relevado para otras funciones. Manolito Cárdenas, de quien me honro ser amigo, que ha hecho por su pueblo más que cualquiera de los cuentistas que escriben panfletos de ejecutoria progresista, es hoy un cargo indeterminado de la Diputación gaditana. La verdad sea dicha, no sé a qué se dedica, pero ya lo hubiera querido yo de alcalde en mi Sanlúcar de Barrameda, siempre de vaivén en vaivén.

A lo que iba. Diego Valderas, como decía, es lo menos sectario que se despacha en la izquierda patria, que es una forma de decir que es un tipo en el que se puede confiar y con el que se puede negociar. Es muy probable que no siempre se llegue a acuerdos, pero no lo será porque se lo impida el dogmatismo empobrecedor al que está sometido la izquierda nacional o autonómica. Como es sabido, Susana Díaz le ha propuesto ser Comisionado de la Memoria Histórica, o en su caso Democrática, que es un puesto en sí mismo sectario por naturaleza. La pretensión de Su Peronísima (Carlos Mármol copyright) no es el inmaculado deseo de equilibrio histórico entre la verdad revelada y la realidad patética de sufrientes y dolientes: la Sultana ha pretendido meter una cuña en la izquierda de su espectro parlamentario y dividir mediante el nombramiento de uno de los históricos del comunismo andaluz a la gentucilla que le queda a la siniestra de su estrado. Los miembros de IU, Podemos y toda la banda, han saltado como un resorte y han amenazado a Valderas con poco menos que la expulsión del paraíso de la izquierda purísima, tan inactiva como inútil, que reina en la nada. 

Me sorprende esa reacción tan violenta en el caso de Antonio Maillo, por quien tengo alta estima, siendo como es otro ejemplo de izquierda racional, aunque sea en días impares. Pero puedo entenderlo. A Valderas le ha cogido esta guerra entre varios frentes, propios y ajenos, y sabe lo que significa entenderse con el PSOE en tiempos de agitación. Es una pena que Susana quiera utilizar a un hombre como Diego no por su ejercicio ambivalente de la política –con groseros errores en su curículum, claro, como tantos– sino por su valor disolutorio en terrenos enemigos. Cuando los habitantes de las hectáreas habitadas por la errática izquierda nacional deciden disputarse territorios mediante el uso de bombas de medio alcance, algo nos dice que saldremos perjudicados los ciudadanos. Al gobierno andaluz la «memoria democrática» puede traerle al pairo: lo que quiere es laminar a sus adversarios utilizando, curiosamente, a gente de trato cortés como Diego Valderas. Puedo entender que sus enemigos, que no adversarios, lamenten el uso que se quiera hacer del antiguo presidente del Parlamento andaluz, pero también lamento que la política en Andalucía quede reducida a memorias reductivas y cortoplacistas. Con la de cosas que hay que arreglar.

 


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