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5 de enero de 2018

Ese hombre de paz


La vida está llena de hombres de paz que no tienen inconveniente en subvertir la legalidad

LOS tres jueces que forman parte del Tribunal de la Sala de lo Penal del Supremo tienen piel de hipopótamo, gruesa y rugosa, capaz de aguantar todas las presiones a las que se les quiera someter desde cualquier ámbito. Cuando cualquier comentarista esgrime la Razón de Estado para asegurar que lo conveniente para el interés general es que Junqueras quede en libertad, ignora deliberadamente que los criterios con los que se deben mover los magistrados no son los mismos que los de la conveniencia política, lo cual es una obviedad de primero de tertulia. El análisis es meramente técnico y poco importan las consecuencias que pueda tener una decisión u otra, por más que muchos exijan al Tribunal apreciaciones oportunistas. Si debe salir, que salga; si debe quedarse, que se quede. El argumento principal que destaca la prensa acerca de la argumentación en propia defensa del exvicepresidente de la Generalidad es que es un hombre de paz, lo cual no parece una retractación notable de la conducta que le ha llevado a la cárcel. Puede que haya habido algo más, en la vía de Mi Maricarmen Forcadell, para entendernos, pero a estas horas no tenemos constancia de ello. Lo conocido es que la defensa ha argumentado que su apuesta se centra en la vía bilateral de diálogo y tal y tal, pero los hechos a los que debe ceñirse la realidad desmienten esa bondad impostada: Junqueras fue el principal impulsor del proceso unilateral que llevó a proclamar la República de juguete que vocearon en el Parlamento catalán y cuyo tejemaneje quedó retratado en los documentos incautados por la Guardia Civil a su segundo inmediato en la Consejería.

Pocas dudas caben de que la mejor manera de neutralizar al chalado de Bruselas que aspira a gobernar la Generalidad con mando a distancia es hacer que Junqueras pueda personarse libremente a la investidura el día 17, al objeto de que alcance la presidencia del Ejecutivo catalán y ello se considere un mal menor. Habrá que ver qué diferencias muestran los independentistas a la hora de ponerse de acuerdo si ese escenario se produce, pero el criterio de los jueces no es el de la componenda política. Junqueras puede acceder a su puesta en libertad, al decir de algunos expertos en materia jurídica, si abjura de su proceder y manifiesta su indudable sumisión a la legalidad vigente, pero para eso hace falta algo más que declararse cristiano y comulgante de misa diaria. Para eso ya está el abad de Montserrat o cualquiera de los curitas al servicio del primer golpe de Estado que se les cruce. Si esta primera petición de libertad es denegada, habrá más oportunidades, pero se le exigirá más contundencia. O no. Yo qué sé. Igual mañana está ayudando a misa en la parroquia de su barrio.

La vida está llena de hombres de paz que no tienen inconveniente en subvertir la legalidad en el beneficio de sus ideas pacíficas. O casi pacíficas: la paz encubierta, en ocasiones, es una forma de violencia, al igual que la apariencia pacífica de algunos individuos históricos que hicieron de la paz un negocio pingüe, y una forma de subversión no deja de ser una pátina de camuflaje de sus auténticas intenciones. Quebrar la legalidad es una forma de violencia, solo que sorda, soterrada, camuflada, disimulada. Gente de paz es la que rodeó a la Guardia Civil y destrozó sus coches la famosa tarde en la que los agentes buscaban papeles en la Consejería de Economía. Ese criterio de paz es el que ha llevado a los Jordis a la cárcel. ¿Gente de paz es la que acosa, insulta, humilla, agita y desprecia a los que no están en la verdad única del independentismo de Junqueras y compañía? Como dice el Maestro Burgos: ¡Tequieiyá!

 


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