Entre una cosa y otra, puede decirse que quien pierde de nuevo es Andalucía
VEAMOS lo que hay: quedan dos días para que abran los colegios electorales y acerca de estos comicios andaluces se dibuja una incertidumbre que me parece un tanto afectada. En primer lugar, se especula de forma excesivamente alegre acerca de la supuesta indiferencia por esta convocatoria de la fauna votante andaluza. Da la impresión de que los lugareños de este predio tan hermoso estuvieran resignados con la idea de que va a ganar el de siempre y que tampoco hay que movilizarse en exceso, seamos votantes de esa candidatura o no. En segundo lugar, los dos grandes bloques presentes en estas elecciones, derecha e izquierda, no saben cómo movilizar a los suyos sin despertar las ansias del contrario y encontrarse con un movimiento inesperado de votantes a la contra. Claramente el PSOE quiere que este asalto lo sea de mera transición hacia no se sabe bien qué: Susana Díaz tiene interés en una campaña plana, en la que no aparezcan las contradicciones que carcomen a su partido y en la que la sombra de este gobierno de chiste proyecte el menor espacio posible.
La derecha repartida entre Ciudadanos y PP tiene motivos también para andar con prudencia: los populares por la fragilidad de su nueva estructura y los riveristas por su pasado apoyo al gobierno socialista recién desmontado. Por si fuera poco, una tercera opción se proyecta como la novedad victoriosa de esta convocatoria: una derecha nacida de un costado del PP, Vox, puede dar la campanada y aparecer como invitado reciente con cuatro o cinco parlamentarios. La llamada derecha confía en que los votantes socialistas crean que lo tienen más o menos ganado y no se movilicen en exceso, sabedores de que en ese caso no tienen nada que hacer. La izquierda, a su vez, lucha por excitar a los votantes de derecha más cafeteros para que voten en reafirmación absoluta y se inclinen por el extremo novedoso. Pocos deberían dudar de la estrategia socialista: la maniobra de exhumar a Franco, por ejemplo, no es más que una provocación para hacer crecer el flanco extremo de la derecha y dividir el voto popular entre los fieles al PP, o lo que vaya quedando de él, y los irritados con el gobierno socialista y la deriva de la España de hogaño. Y en eso estamos en las elecciones andaluzas como laboratorio de pruebas.
Sea como sea, Susana Díaz difícilmente obtendrá –a no ser que el electorado socialista huela el peligro y se vuelque en las urnas– una mayoría semejante a las habituales del PSOE en este su cortijo. Eso invitará a una indudable inestabilidad ya que el entendimiento con los podemos y podemas no es sencillo: ella no es Pedro Sánchez y aún conserva algunos principios elementales. Está por ver si eso se traduce en nuevas elecciones en marzo, cosa que no habría que descartar, pero si la suma de la derecha en sus diferentes manifestaciones no resulta suficiente como para impedir una reedición del cansino socialismo andaluz, la facultad de gobierno que pueda desarrollar quien triunfe será, cuando menos, frágil, con un susanismo más o menos moderado (aunque bastante inoperante, como se ha demostrado) y una extrema izquierda cerril y retrógrada marcándole cuerpo a cuerpo.
Ese es el panorama que espera a unos aparentemente abúlicos votantes andaluces. Me atrevo a predecir una victoria socialista que, años atrás, podría considerarse alarmantemente corta (a excepción del año en que Arenas escribió página aparte con sus cincuenta parlamentarios) y un escenario delicado e inútil en el que el susanismo escriba sus últimos párrafos. Sánchez ha ganado, en su partido y en el territorio español, dejándole estrecho margen de maniobra. Entre una cosa y otra, con insuficientes andaluces partidarios de un histórico e higiénico cambio en San Telmo, puede decirse que quien pierde de nuevo es Andalucía.