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12 de octubre de 2018

Comienza la verbena


A ese monumento a la propaganda electoral le falta, todavía, el mordisco que vayan a darle vascos y catalanes

NADIE me quita de la cabeza que a Pedro Sánchez lo que de veras le gustaría es ser de Podemos. Es más, al Doctor Calamidad le reconcome no haber sido él quien inventara el chiringuito del que lleva viviendo unos años toda esa pléyade de cuentistas y cantamañanas tocados con el color morado. A los hechos me remito: el último, hacer suyo el delirante presupuesto que acaba de firmar bajo la atenta mirada de un ufanísimo Pablo Iglesias que no se ha visto en otra.

El borrador de Presupuestos que el Gobierno va a enviar a Bruselas tiene todo el aspecto de un bochornoso proyecto de aficionados en el que todo populismo es posible. Prevé, como seguramente ya sepan merced a algunos comentarios urgentes en este mismo periódico, un aumento del gasto en gestos de pura ortodoxia izquierdista que, con vanas ilusiones voluntaristas, compensarían con un considerable sablazo fiscal mediante el cual aspiran a recaudar casi tanto como piensan incrementar el dispendio. En plena desaceleración de la economía, castigar fiscalmente a empresas, particulares y autónomos es apostar claramente por un descenso de la recaudación, merced ello a un mecanismo sobradamente conocido por economistas profesionales que consiste en que, en muchas ocasiones, subir la imposición fiscal no significa aumentar el dinero recaudado, sino más bien lo contrario. Afrontar el futuro español desde esa irresponsabilidad de universitario con panfletos y vino caliente es comprar todos los boletos de la rifa de la futura recesión, que por ahí ronda, y condenar a esos ciudadanos a los que dices defender a la angustia de los días inciertos: más paro, menos beneficios, más tensión, más miseria.

El documento firmado ayer con ufana satisfacción de justicieros es un compendio de la demagogia más simple y vaporosa que se despacha en los peores sueños. Se trata de repetir errores recientes por mantenerse en el poder; o los políticos del populismo de izquierdas tienen poca memoria o tienen, sencillamente, poca vergüenza, o tal vez las dos. Acabamos de entrar en un lamentable túnel del tiempo que nos lleva a la mala literatura y a las peores convicciones políticas, esas que creen que la realidad se amolda a nuestros postulados dogmáticos y a que el Estado se inmiscuya en los mecanismos particulares de creación de riqueza y beneficios. El firmado ayer es un borrador de cincuenta páginas en las que, en sus prologómenos, se recoge el deseo de «acabar con la asfixia y los recortes» que a decir de los firmantes se han producido estos años en los que se ha combatido contra el déficit acumulado por gobiernos anteriores guiados por prácticas semejantes a los que proponen estos iluminados. Aún bien de ignorar que esas políticas han permitido recortar lo que de verdad hay que recortar, el paro, cerca de diez puntos, el dúo Picapiedra muestra una innegable e indisimulable voluntad de intervención: el Padrecito Estado está aquí, te ve, te ampara, te controla, te dice cuánto puedes ganar y te dice qué tienes que producir y cómo.

¿De dónde saldrá el dinero? Nuestros bolsillos cada vez tendrán menos recursos, con lo que el déficit crecerá y, consecuentemente, la deuda también. ¿Qué haremos cuando llegue la recesión? ¿Quién llegará para aplicar de nuevo las correcciones que nos dejen la boca seca después de esta noche de borrachera? A ese monumento a la propaganda electoral que van a enviar a Bruselas le falta, todavía, el mordisco que vayan a darle vascos y catalanes. Tras el paso de los vampiros del PNV y de la excrecencia catalana de ERC y PDECat la fiesta aún puede ser mayor y la factura más inasumible, con lo que solo nos queda confiar en la Comisión Europea: o en los despachos de por ahí arriba devuelven esta broma, o lo vamos a pasar mal. Comienza la verbena. 

 


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