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22 de septiembre de 2017

¿De verdad son tan tontos?


A cada paso que quieran dar en la dirección equivocada le seguirá la acción de la Justicia

ME da la sensación de que al bloque golpista que engloba por igual a independentistas y revolucionarios de extrema izquierda le queda poco más que el derecho al pataleo. Las operaciones ordenadas por el Juzgado de Instrucción barcelonés han desmontado, en buena medida, la parte esencial de la logística del referéndum, quedando pendiente de localizar algún que otro lote bien de urnas, bien de censo, bien de banderitas de solapa. La dificultad vino dada por la inevitable performance de pueblo afligido que tanto gusta desarrollar a algunos catalanes, mitad soldadesca brava, mitad manifestante cursi (nunca falta el tonto del clavel que aspira a introducirlo en la boca de un fusil).

Inhabilitaron coches de la Guardia Civil y marranearon un tanto la Rambla de Cataluña, pero más allá de eso sólo consiguieron trasnochar. Los detenidos siguen su curso, el resto de investigaciones también y las cuentas de la Generalidad las maneja Hacienda, supongo que para alivio de los proveedores de todos estos manirrotos y mangantes.

Al día siguiente, es decir, ayer, Barcelona era una ciudad muy parecida a la de hace tres días: la gente acudía a su trabajo, el metro iba hasta los topes, el pan se seguía vendiendo a la misma hora y las escuelas abrían sus puertas para seguir desasnando diversas generaciones. Sólo en catalán, por supuesto. No era el panorama de una ciudad atrapada en el huracanado ojo de una revolución. Diese de nuevo la circunstancia en España de que la aplicación de la ley (recuerden Batasuna y su ilegalización) no comportare la tormenta insoportable que anunciaran los más agoreros. Todos sabemos –con una certeza casi absoluta– que el tiempo que resta hasta el día 1 será testigo de muchas provocaciones, de no pocos intentos de alteración del orden público y de demostraciones de músculo organizativo por parte de los sediciosos de turno. Han mostrado hasta dónde son capaces de llegar en el desarrollo de sus mentiras y aspiraciones ilegales y, a buen seguro, habrá que asistir a diversas muestras de furia impotente. Pero ninguna de estas rabietas sociales, por multitudinarias que sean, nos harán creer que el independentismo no sabía lo que iba a pasar: tenía plena certeza de ello a pesar de lo ensoberbecido de su proceder.

Ningún Estado se deja desmontar por las buenas; tampoco mediante amenazas, extorsiones, estigmas, odio social o cualquier proceder que conduzca directamente a los vertederos.

¿Creían de verdad que todo iba a ser tan fácil como montar un numerito el día 1 y salir al balcón el 2 para proclamar una República reconocida de inmediato por el mundo entero? ¿De verdad había algún imbécil que creía que eso iba a ser así por el mero deseo de unos cuantos iluminados? Déjense de zarandajas: el lloroso Junqueras o el pasmado Puigdemont sabían que el Estado paquidérmico movería sus estructuras y que de nada iba a servir movilizar independentistas con banderas estrelladas.

A cada paso que quieran dar en la dirección equivocada le seguirá la acción de la Justicia. De nada servirá que los Mozos miren para otro lado, que Iglesias diga que hay presos políticos o que los indecentes y mafiosos estibadores del puerto de Barcelona se nieguen a atender los barcos que sirven de hostal a los policías y guardias civiles que han sido destinados a la ciudad: la delincuencia institucional tendrá respuesta adecuada, toda intimidación resultará inútil y el referéndum no habrá sido más que un argumento de agitación y propaganda que tendrá, evidentemente, consecuencias penales para quienes lo han amparado y promovido. Podrán seguir mintiendo como auténticas máquinas expendedoras de falsedades, pero después del día 2 habrá que seguir comprando el pan y seguirán sin ser independientes. Todo lo independentistas que quieran, pero no independientes. Así que vayan pensando todos en cómo recomponer las cosas.

 


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