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15 de junio de 2018

Cuando solo caben gestos


¿Sabe el Gobierno de Sánchez hacia dónde va, más allá del buenísmo gestual?

VALE, ha dimitido Huerta (o ha sido invitado a dimitir). Ha sido nombrado Guirao, que es exactamente el polo opuesto, el yan del yin o el yin del yan. Se ha producido una crisis espectacular en la selección española de fútbol a cuenta del fichaje de Lopetegui por Florentino. Y Urdangarin va a entrar en la cárcel para alivio de la Institución Monárquica. En principio todo está bajo control. El ministro inadecuado ha dejado el cargo y el nombramiento del nuevo da a entender que la primera idea era incorrecta. El cuñado del Rey va a pasar a la sombra unos cuantos meses ( no es Pedro Pacheco, con lo cual en poco tiempo tendrá a su alcance beneficios penitenciarios merced a la buena conducta que sin duda exhibirá), y lo del fútbol ya veremos en lo que acaba: igual les da a los muchachos de la selección por jugar de filigrana y nos callan la boca a todos los que creemos que la inestabilidad despista mucho a los futbolistas. Vale, digo.

Pero, ¿qué futuro aguarda a un Gobierno que, sustentado en 84 diputados, pretende ser la reinvención de Adán? La ministra de la cosa energética decía ufana y suficiente en Bruselas ante un estupefacto Arias Cañete: «España ha vuelto». No sabíamos que España se hubiera ido a ninguna parte, ni que una individua de relevancia media pudiera significar la vuelta de España a parte alguna, pero la propia y desahogada alocución muestra la falta de complejos de un gobierno que cree que tiene más sustento del que en realidad señala el reparto de escaños. Una vez acabado el efecto pirotécnico del nombramiento de ministros por goteo, toca meter gol, ponerse a gobernar más allá de los gestos de bondad inevitable e infinita que puedan mostrar los mediáticos ministros. El barco Aquarius como ejemplo. El Gobierno de España, a falta de envergadura legislativa, va a necesitar no pocos casos como el de la tragedia de los inmigrantes subsaharianos para mantenerse en la apariencia de operatividad. El barco de la ONG francesa ha sido una oportunidad perfecta para mostrar, además de humanidad, iniciativa política europea y cierto exhibicionismo bondadoso no exento de artera intención. Todo lo que puede esperarse de este Gobierno cabe dentro de gestos como el relativo a la acogida de estas seiscientas personas amontonadas en un par de barcos. No esperen desarrollos legislativos porque no hay base suficiente para iniciativa alguna: 84 da para lo que da, y todos los demás no están por favorecerle empresa alguna (este puede ser el Gobierno al que también se le caiga algún ministro por menudencias varias). Pero a lo que iba: en los próximos días viviremos informativamente involucrados en la suerte de seiscientos y pico refugiados que van a llegar a puerto español: hombres y mujeres a los que habrá que atender, alimentar, acondicionar y acoger familiarmente, a los que habrá que ofrecerles la oportunidad de defenderse en nuestro medio, convertirse en seres libres y poseedores de plenos derechos. Nada que objetar. Pero este Gobierno de mercadotecnia gestual, ¿tiene previsto qué pasará con el próximo barco que llegue a nuestros puertos? ¿Sabe lo que va a argumentar cuando le afeen el mantenimiento de las concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla? ¿cómo diferenciará el derecho a ser refugiados de unos y la expulsión de otros?.

Hasta la presente, y solo llevamos una semana, un niño nacido hace quince días habría conocido a dos presidentes de gobierno, dos seleccionadores nacionales, dos entrenadores del Real Madrid y tres ministros de cultura; y al paso que vamos no es descartable que caiga alguno más. Son tiempos convulsos e inestables, de una insoportable levedad. La pregunta, evidentemente, es: ¿sabe el Gobierno de Sánchez hacia dónde va, más allá del buenísmo gestual?

 


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