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17 de marzo de 2017

Aroma de elecciones


El aviso de soledad debe servirle a este Gobierno para tomar nota en otros ámbitos

EL aroma adelanta urnas y papeletas. Ayer se evidenció la soledad del Gobierno sin necesidad de que Pedro Sánchez gane la cosa esa de los socialistas. Un asunto delicado: trabajadores privilegiados aplaudidos por la nueva casta política de la extrema izquierda, una multa sobrevolando las arcas de todos sin que a los representantes de todos les importe demasiado, y un cálculo de tacticismo extremado por parte de los socios del gobierno que llama la atención. Al Gobierno le acaban de enseñar la patita. Desde el 79 no se echaba un decreto ley al cesto de los papeles. Antes de que transcurran los siete u ocho días que median hasta que Europa nos castigue con multas y reñinas, es seguro que patronal y trabajadores llegarán a un acuerdo. Algunos en la mesa de negociación esperaban acuerdo parlamentario, y otros desde el Parlamento esperaban acuerdo laboral. Círculo vicioso que ha llevado al maldito compás de espera en el que nada se arregla y todo se empantana. ¿Saben qué? Si Ciudadanos hubiese dicho «sí», el resultado –con el error de Errejón– hubiese sido un empate. Curiosamente, el último voto emitido y, por lo tanto decisorio, habría sido el de un diputado socialista padre de una estibadora, de esas a los que los trabajadores aplaudidos por la chusma de Iglesias desprecian e insultan sin que las feminoides de guardia levanten lo más mínimo la voz, como buenas cuentistas que son.

Digo que el Gobierno sabe ya lo que es la soledad y digo bien. En cuanto los amigos de Ciudadanos vieron que daba igual que votasen a favor, ya que la suma no daba, se dedicaron al postureo y optaron por mantener la escenificación del «asquito» que tantas veces ha descrito Gistau. Que no nos confundan con estos carcamales; nosotros, tan modernos, nos quitamos a tiempo antes de que nos manche la excrecencia seminal de esta derecha.

El aviso de soledad debe servirle a este Gobierno para tomar nota en otros ámbitos: probablemente no le ayudarán en exceso en el asunto catalán, independientemente que unos y otros sepan que los «indepes» septentrionales tienen cuatro inconvenientes que juegan a favor del unionismo (tremendo vocablo).

El primero es que no les recibe nadie y no consiguen internacionalizar absolutamente nada; a Romeva le ha recibido tan solo un ministro de Camboya. Y no es broma. El segundo es que su afecta masa social cae lentamente en número y en bulto. El tercero es que se han dado cuenta de que el Estado, con todos sus defectos, es un paquidermo con memoria y con potencia, como todos los elefantes viejos, y que cuando arranca es un enemigo incómodo. Y el cuarto es que la corrupción que han protagonizado los príncipes sociales del terruño no ayuda a dar pátina inmaculada al cuadro representativo del nacionalismo. Cuando los catalanes en su totalidad quieran interpretar el hecho de que su organización civil por excelencia –la Asamblea Nacional de Cataluña– está en quiebra, debe hasta de callarse y paga el sueldo de su presidente –el tal Sánchez– a través de la Universidad Pompeu Fabra por unos trabajos que no hace, habremos dado un paso significativo hacia el Gran Despertar. Dando por hecho que en este asunto del desafío y chulería independentista, la mayoría está a favor de la sensatez, ocúpese el Gobierno de desactivar al enemigo y, a su vez, activar al supuesto amigo, tan reticente a hacerle muchos favores a un Ejecutivo de derechas que ofrece a unos trabajadores jubilarse a los cincuenta años con sueldo de ministro en activo. Y los tíos dicen que no, entre aplausos enfervorecidos de la extrema izquierda que se supone que quiere más para ellos.

Aroma de elecciones, digo, en el lamentable escenario descolorido de esta España fútil y anodida. 

 


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