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24 de mayo de 2013

EL ABORTO QUE VIENE


 

Me cuesta creer que este sea el momento para promover una ley que ofrecerá oportunidades de órdago a toda la oposición política

 

ESTA tormenta ha de durar lo que vienen durando las tormentas: poco, aunque se sucedan encadenadas. Y la de Aznar, aunque no haya sido en un vaso de agua y sí en la piscina de verano del Partido Popular, ha de durar lo que dura un repique de titulares y una contestación matizada. Y dura, si acaso, lo que dura el desencanto de que sea tu propio padre fundador el que te rompa el sueño del partido unido. La desautorización de Rajoy por parte de Aznar pronto será recuerdo de una pesadilla pasada y las grietas provocadas en las paredes del presidium serán reparadas con un cierto olvido voluntario. Ello hará de nuevo enfadar al expresidente: Aznar considera que han estropeado lo que él dejó y ahora considerará que estropean lo que él ha querido revolver y resolver. Como asegura brillantemente el imaginativo Román Cendoya: Aznar no da «putada» sin hilo. Pero no habrá sangre en el río. Al menos a simple vista.

 

Sí que puede —el Gobierno— entrar en un fangal de difícil resolución mediante la nueva Ley del Aborto. En su programa contemplaba retocar los cambios que, en su día, introdujera el PSOE en la anterior normativa, aquella que venía del final de los ochenta y que contemplaba tres supuestos por los cuales una mujer podía abortar. Aun bien de ser así, eso puede causarle trastornos mayores que cualquier otra decisión polémica. La ley del Gobierno Zapatero vino a acabar con la hipocresía en la aplicación de la ley: los supuestos, especialmente aquel que hacía referencia a la inestabilidad psicológica de la gestante, eran un coladero, con lo que mejor redactar una ley de plazos y establecer un aborto libre —como el anterior— pero con la limitación de catorce semanas. Estando el Gobierno de ZP de por medio hay que suponer de todo menos buena voluntad, pero la ley reorganizaba una anterior que no gustaba casi a nadie. El gran problema estribó en que no se consensuó ninguno de sus apartados y que se rompieron los acuerdos del 85. Es cierto que desde entonces no parece haber aumentado el número de abortos, pero la ligereza insustancial y lacerante de las ministras promotoras de la ley provocó la indignación de quienes creen que el aborto no puede ser abordado como una terapia sexual más. Aquellas fenómenas banalizaron el aborto de tal manera que vinieron a compararlo con un sistema anticonceptivo: haced lo que queráis que luego ya os permito yo abortar sin que pase nada, aunque seáis adolescentes y no queráis que lo sepan vuestros padres. Barra libre.
 

 

Pocos discuten que el aborto es, en sí mismo, una intervención traumática: una mujer se somete a un legrado y ello comporta consecuencias físicas y, en la mayoría de personas, algún trastorno emocional, pero también es un ejercicio traumático para el feto que difícilmente varía entre trece semanas y media y catorce con poco. El TC ha legislado interpretando en la Constitución unos derechos aplicables al no nacido y en virtud de ellos quiere rematar el Gobierno una ley de la que sólo conocemos algunas generalidades, pero que en principio estaría orientada a objetar de la libertad actual, que es total y decidida de forma unilateral. Ello puede costarle al Gobierno muchos más quebraderos de cabeza que cualquiera de las salidas de tono de Aznar. Mediáticamente pagará un precio lento y corrosivo: será la firmeza de sus convicciones la que haga que no ceje ante las presiones y que se resigne a pasar por un Gobierno vendido a las presiones clericales. Me cuesta creer, en términos de oportunidad política, que este sea el mejor momento para promover una ley que ofrecerá —salvo sorpresas normativas— oportunidades de órdago a toda la oposición política, pero parece que, metidos en faena, al Gobierno de Rajoy le da ya igual ocho que ochenta.

 


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