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14 de marzo de 2003

El Salvador y la Consejera


«La consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Carmen Calvo, se negó a aportar euro alguno alegando que ello “podría herir la sensibilidad de aquellos que profesan la fe islámica o la fe budista”. Tamaña simpleza la dijo muy convencida»


Una serie de accidentales desprendimientos han aconsejado el cierre de la Iglesia del Salvador de Sevilla, joya barroca poderosamente anclada en el corazón de los aborígenes de aquí cuy construcción data de mediados del siglo XVII y cuyos tesoros van de los colosales retablos de Cayetano de Acosta a las portentosas imágenes de Martínez Montañes o Juan de Mesa. La decisión la tomó el Arzobispo Amigo en el día más indicado, el Miércoles de Ceniza, y causó no poca conmoción en el ambiente cofradiero y artístico de la ciudad. Rápidamente se crearon plataformas, grupos de apoyo, mes de debate; se establecieron las primeras estimaciones, que si tardará tanto en arreglarse, que si costará un porrón de euros, que las iglesias se sabe cuándo se cierran para reformarlas pero nunca cuándo se abren, que si pueden pasar diez años o más… en fin, a las puertas de la Semana Santa quedaba cerrada la sede de dos importantísimas y muy queridas cofradías y el templo, grandioso y fascinante, en el que todo quisque quiere casarse o bautizar a su retoño. Como no podía ser de otra manera, muchos miraron hacia el cajón de los presupuestos de las diferentes administraciones: algo que resulta un bien público —aunque el propietario legal sea el Arzobispado—, un tesoro de esas características, un punto neurálgico en el mapa de los sentires sevillanos, debe contar con todos los apoyos estatales, autonómicos y locales. Dicho y hecho; mientras la sociedad civil creaba un cepillo en el que dejar aportaciones para la reforma del Salvador, la autoridad autonómica (ambas del Partido Socialista). Cuando Sevilla entera presumía que lo de las obras iba a ser cuestión de un año y que la financiación no sería un problema, la consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Carmen Calvo, se negó a aportar euro alguno alegando que ello «podría herir la sensibilidad de aquellos que profesan la fe islámica o la fe budista». Tamaña simpleza la dijo muy convencida. Es decir, en virtud del puñado de budistas que pueda haber en Andalucía (a los que, por cierto, les debe encantar poder visitar un monumento como El Salvador) o de los grupos de seguidores del Islam (la mayoría inmigrantes), no puede intervenirse en lugares de interés general por ser estos templos de fe católica. De ser esa la razón por la que la estupenda consejera no quiere invertir ni una sola peseta puede arreglar el cuarto de baño de la casa en la que se reúnen los budistas y así queda libre de agravios comparativos.


La siguiente pregunta que surge tras esta estupefaciente estupidez es: ¿Y si la Alhambra precisa de intervención presupuestaria, también dejará de hacerlo para no agraviar a la fe católica?; ¿Y si es la Mezquita, pero en su parte musulmana, no en la catedralicia, le vamos a pasar la factura al primer rey moro que venga por aquí? Sorprendentemente la administración autonómica ha colaborado en ocasiones en la restauración de algunos templos, con lo que no se entienden este subidón repentino de sensibilidad. Tal vez será que, en un futuro, la Junta y sus aledaños van a comportarse con una exquisita imparcialidad cuanto de asuntos de fe se trata. Poco habrá de importarle la aplastante mayoría religiosa y social del catolicismo: todo ello para la consejera es equiparable a la influencia que un grupo de respetabilísimos budistas (que por lo que yo sé, las criaturitas no han dicho ni pío) ha desarrollado durante siglos en esta tierra.


Yo sé que el tema era muy local y espero sepan disculparme, pero es que cualquiera se priva con perlas de este tamaño. ¡Ah!, y cuando vengan a Sevilla y esté todo en orden, no de...


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