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28 de octubre de 2005

Pasión de catalanes (ii)


El presidente del Barça, Joan Laporta, curioso sujeto que pone el club al servicio de sus intereses ideológicos, ha sumado el nombre del equipo al de organizaciones catalanas que dan soporte al proyecto de reforma del estatuto. Omnium Cultural lo ha anunciado con indisimulada felicidad. Omnium Cultural es una organización particularmente antipática para los castellanohablantes de Cataluña que, entre otras cosas, promueve una campaña de boicot a diferentes productos que no tienen la consideración de etiquetar los mismos en catalán. Vengan de donde vengan, los artículos que se consuman en Cataluña deberán llevar toda su leyenda en catalán, de lo contrario se encontrarán con una página web -compraencatalá.com- en la que se propondrá boicot contra sus productos. Por ejemplo, las conservas: Omnium insta a que se compren unas concretas anchoas de La Escala y que se boicoteen los productos de Dani, Cuca, Miau, Isabel, Rianxeira o Cabo Peñas. Poco importa que las sardinas sean de Cantabria y la fábrica esté en Asturias: que paren las máquinas y que las partidas de latas que vayan a destinar a Cataluña sean etiquetadas de otra manera; si no, el Omnium Cultural propondrá su bloqueo al buen catalán, el cual, siguiendo el guión de pensamiento único que se vive en el principado, obrará en consecuencia para consolidar esa arcadia feliz en la que las musas y los duendecillos danzan junto al fuego sagrado de la tribu mientras los chiquillos juguetean con los símbolos patrios ante la mirada vigilante y aprobadora de sus madres. Cataluña, pues, ha sufrido boicots desde fuera... y también desde dentro, ambos absolutamente absurdos.

Tomás Pascual, el ejemplar empresario lechero que ha creado un imperio empresarial gracias a su sagacidad y a su legendaria capacidad de trabajo, sabe bien en qué consisten los boicoteos: hará unos pocos años una diferencia comercial con ganaderos catalanes le llevó a desviar parte de sus compras a lecheros de otras comunidades, lo cual provocó una reacción histérica y una campaña muy agresiva de boicot por parte, incluso, de entidades oficiales. Nadie en esa comunidad puso el grito en el cielo por tamaña barbaridad. Que se joda el lechero. Los muchachos del Omnium, por supuesto, colaboraron lo suyo y, finalmente, Pascual tuvo que pactar en condiciones desfavorables. Aquello se solucionó -hoy es una marca fuertemente consolidada en aquel mercado- pero los pelos que se dejaron en la gatera no los devuelve nadie. Hoy, otra campaña en sentido contrario ha obligado a algunos a efectuar llamadas a la calma. Fornesa, Reina Madre de La Caixa, espléndida entidad bancaria que observa con recelo la posibilidad de que un pellizco de sus impositores se cambie de banco, le espetó al insigne Maragall que no jodiese más con la pelota y que recordase quiénes son los habituales compradores de los productos catalanes y qué tipo de armonía es necesaria. Eso, dicho como se dijo, por quien se dijo, a quien se dijo y donde se dijo es un auténtico hito en la Cataluña políticamente correcta. Ese ataque de «seny» de un Fornesa -también interesado en mandar mensajes a quienes recelan de la opa de Gas Natural- revela que al final de tanta agitación siempre hay alguien que pone los pies en el suelo y que pide que se pare la música y se enciendan las luces durante algunos minutos.

Apareció la sensatez, menos mal: que le manden el recorte a Laporta. Y que se lo manden también a la alumna de Derecho de la Complutense de Madrid que la pasada semana -según me contaba el insigne catedrático y amigo Teodoro González Ballesteros-, al revisar un examen que no había aprobado por no contestar algunas preguntas y hacerlo de forma defectuosa en otras, miró a los ojos al profesor y, llena de ira, le espetó: «Usted me suspende porque soy catalana». Sin comentarios.


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