Insiste Rodríguez. Negociará con ETA si la banda muestra «la voluntad» de abandonar las armas. Atención, Rodríguez, pregunta: ¿sólo la voluntad?, ¿con la voluntad ya basta? O sea, a ver si me aclaro: ¿con que uno de ellos diga que, a lo mejor, puede que se piensen la cosa de los tiros y los chantajes ya basta para que mande usted a uno de sus emisarios a discutir lo que sea? Si la expresión del presidente en el Senado es un simple desliz arquitectónico de su vacua fraseología, la cosa queda en una arenga más, pero si se trata de una frase medida y calculada, nos encontramos entonces ante una invitación al «diálogo» con los terroristas en toda regla. Decirles a los malos que sólo con la voluntad de dejar las pistolas ya se sentará a discutir sobre sus pretensiones o sobre el futuro de sus presos significa no haber entendido nada del mensaje que dejaron escrito en el aire los manifestantes del pasado sábado.
Tanto como le gusta a Rodríguez eso de construir un mundo distinto desde las pancartas y el vocerío, podría aplicarse el cuento y no hacer lo que achaca a Aznar: no escuchar a la calle. Insiste Rodríguez en recordarnos que las víctimas son los muertos y que si les brindáramos una última voluntad antes de expirar éstos expresarían el deseo de ser las últimas, cosa que rápidamente interpreta nuestro fenómeno como un apoyo indudable e inequívoco a su política antiterrorista, que es también la que absorbió Carod en Perpiñán, todo sea dicho. Como los muertos tienen la costumbre de no hablar, El Estadista Pacificador podría preguntarles lo mismo a los que han sobrevivido, que, aunque en la escala manjonista del sufrimiento no pueden ser considerados víctimas, todavía tienen entendederas para manifestarse verbalmente. No están los muertos, Rodríguez, pero sí los vivos: ánimo, que el día 21 se traga el sapo del sábado y les recibe por separado. Es un gran momento para insistir machaconamente en eso de querer dialogar hasta el amanecer: mire a las piernas de Irene Villa cuando esté diciendo eso, Rodríguez.
El gran experto en política forense española, Puigcercós, ya dijo que la política la hacen los vivos, no los muertos. Le faltó decir que los muy vivos. Pues los vivos son, en este caso, los que han sobrevivido. Los que hemos sobrevivido, si me permite incluirme. Los vivos tal vez no tengan derecho a opinar sobre la política antiterrorista -ya lo aclaró el conocido melón vasco Emilio Olabarría-, pero resultan contumaces en la defensa de sus criterios. Hasta se manifiestan. Y no se desaniman por el hecho de que Rodríguez se ponga poético y hable de la paz como si la paz fuese un elemento aislado de la libertad.
La paz sin libertad no resulta tan interesante como parece, Rodríguez, acuérdese del franquismo: la paz como consecuencia de las claudicaciones no satisfará a los que se la brindan a cambio de ventajas políticas que usted no puede dar, ni lo hará tampoco a los supuestos beneficiados por ella, los ciudadanos, cuando descubran el precio que han pagado a cambio. Porque, aunque no quiera reconocerlo, Rodríguez, le van a pedir un precio y usted con sólo sentarse ya les está pagando.
Créame, no nos aburra más con frases de telenovela, no nos suelte ninguna de esas peroratas que espera ver reproducidas en mármol algún día. Sé que la posibilidad de pasar a la historia como El Pacificador es muy excitante, y ya se ve usted dentro de unos años aclamado en Naciones Unidas poco antes de pronunciar su conferencia «Cómo veo yo la posible paz mundial gracias al diálogo incesante», pero olvídelo, desgraciadamente no le llamarán.
En pocas palabras: no sea usted pesado, Rodríguez.