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24 de junio de 2005

Vuelve la pesadez vasca


Ya la tenemos otra vez aquí. La política vasca vuelve a ser el referente, el eje, sobre el que gira la actualidad española. Otra vez la pesadez. Vienen meses duros después de este oasis que ha permitido olvidarnos de la cara de Ibarreche, de las maniobras nacionalistas, de los pactos encubiertos, de las rondas de negociaciones, de los debates nominalistas, de la paz, el diálogo y la ausencia de violencia... Engrase el entendimiento para asimilar de nuevo el bombardeo: vuelve la autodeterminación, la territorialidad, la libre adhesión, la mesa sin exclusiones, los vascos y las vascas. Y vuelven de qué manera.

El frente nacionalista radical, el nuevo Pacto de Lizarra que han formalizado los diferentes independentistas a través del voto parlamentario, nos promete una reafirmación severa de todos sus postulados, y esta vez sin bromas. Las maniobras estratégicas del Gobierno central y del Partido Socialista no han dado sus frutos; ni Pachi ni Pichi ni Pochi, nadie ha sido capaz de frenar el ímpetu que suman PNV y PCTV, o sea, Batasuna, o sea, ETA. A las burras de las tierras vascas las han legitimado López y el PSE -como bien matizaba ayer Nicolás Redondo Terreros- simplemente con incluirlas en su ronda de contactos amables y corteses y con pasar el filtro de la Ley de Partidos.

A nuestro genial Gobierno socialista no le interesó movilizar jurídicamente su ilegalización por un aquél de la aritmética, por una simple y mezquina razón electoral, y ahora son los árbitros que justamente necesita Ibarreche para encontrar su camino allanado. Si a ello añadimos la indolencia de Rodríguez ante los debates nominalistas -le da igual que algo se llame Nación o no- y su indisimulable deseo de pasar a la historia como «el pacificador», nos encontraremos ante un panorama de nuevo inquietante. La conjunción de estas evidencias con la sentencia de Ken Pedraz y sus compinches -perdón, CGPJ, perdón- declarando a los chicos de Jarrai unos simples diablillos, envalentona al frente vasco de tal manera que nadie le va a apear del soberanismo etnicista y del desafío total.

A Rodríguez, a partir de ahora, lo siento amiguito, le va a tocar aguantar el permanente reproche de no haber instado la ilegalización de estas chicas. Y le va a tocar aguantar a un partido como el PNV, que sabe muy bien lo que es y lo que quiere, tensando una cuerda constante, jodiendo desde el minuto uno. Y que no se le ocurra al presidente elaborar un «proceso de paz» a espaldas de los nacionalistas: si el PNV no toca balón en las negociaciones que ya tiene abiertas el Gobierno, puede reventar el pacto al que lleguen unos y otros excitando la creación de una nueva ETA residual con los disconformes, que siempre los habrá.

Al PNV le gustan las nueces y no piensa dejar de recogerlas, entre otras cosas porque siempre habrá alguien dispuesto a agitar los árboles. A los sabinianos les conviene ETA y su trabajo sucio: un cese de la violencia sin haber conseguido los objetivos comunes será una derrota inadmisible para ellos. Ojo a eso. Por muchas llamadas de socorro que estén implorando algunos etarras cansados de vagar y disparar, otros siempre querrán reverdecer días de gloria y contarán con el apoyo necesitado de políticos sin escrúpulos.

Ese es el panorama al que nos ha abocado la estrategia relativista. Más nacionalismo, más soberanismo, más Plan Ibarreche. Vuelvo a preguntar: ¿de veras creía alguien que iba a renunciar a sus ideas visionarias? Sabiendo, como sabe Ibarreche, que puede ser el moisés de la nueva patria vasca y que cuenta con los votos ya legales de Batasuna ¿qué le puede parar?

Entretanto, nosotros, los que nos sentamos de oyentes en el paraninfo, a aguantar el tirón. Vuelve el Plan. Vuelve la pesadez. Y más cosas, desgraciadamente.


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