En realidad basta con una, pero Rodríguez es un hombre barroco y prefiere dejar evidencia de su adorno, de esos imposibles suspiros de madera que su gubia labra en la canastilla de España. Ocho soluciones dice que tiene para dejar limpio como una patena el Estatuto catalán y para encontrar fórmulas que hagan constitucional el deseo de denominarse nación que tienen los creadores del mismo. Ocho para este asunto, e imagino que ocho más para solventar que la financiación deje la fiscalidad común hecha unos zorros y otras tantas para evitar que la justicia catalana no tenga que responder a tribunal superior ninguno. Ya llevamos veinticuatro. Otras ocho para solucionar eso de que nos digan al resto de españoles lo que somos o lo que debemos ser, otras ocho para lo del Defensor del Pueblo y ocho más para solucionarle la vida lingüística a los funcionarios que quieran o deban instalarse en Cataluña. Vamos ya por cuarenta y ocho. Rodríguez es muy listo pero no creo que dé para tanto.
Parece que el truco principal, el jamalajá jamalají básico, estribaría en reconocer a Cataluña como «Entidad Nacional» en lugar de cómo «Nación». Retórica, en una palabra. ¿Será suficiente una matización de este tipo para apaciguar las inquietudes que exhiben sin recato determinados barones socialistas? Digo: ¿disfrazar el término Nación con un sinónimo o una añagaza semántica cubre las expectativas de ambas partes? ¿Todas las soluciones que guarda ZP en su sombrero de copa son meras alquimias nominalistas? Sigo preguntando: ¿le explicó detalladamente el presidente a Rodríguez Ibarra todos y cada uno de los trucos de magia que ha ideado para deshacer los nudos que, como Huddini, él mismo se ha hecho hacer? Imaginemos que sí y que por ello salió el extremeño hecho un brazo de mar, sobreactuando lo suyo y deshaciéndose en piropos a la generosidad y la bondad de su señorito... ¿Creen que esos mismos argumentos convencerán a un Maragall que ya se ve como una víctima propiciatoria?
Un lector oyente me sugería ayer que una de las posibles fórmulas mágicas podría ser cambiar el concepto de Nación por el de Noción. Total, cambia una sola letra pero hace que permanezca la particularidad y, además, puede interpretarse como se quiera. Especialmente haría felices a los partidarios de las deconstrucciones mitológicas y a los desmitificadores de esencias perdurables. Aunque a los Carodes y a los Mases no sé si les convencería. Aventurándonos algo más en la interpretación metafísica de los designios de Rodríguez, añado: ¿quién nos dice que una de esas ocho fórmulas mágicas no es cambiar la palabra Nación por el de Combi-Nación? Sigo aventurando: ¿Qué tal Noción de Naciones o Nación de Nociones? Si ZP tuviese, además, una chispa medianamente provocadora, podría sugerir también el término Resig-Nación, el cual colmaría el permanente autoconsuelo de no pocos nacionalistas: «Cataluña es una Resig-Nación y tal y tal...». Qué bonito. No digamos otra posibilidad que se le pudo ocurrir anteayer cuando escuchó los abucheos del «facherío»: Fasci-Nación. Ya llevo seis. Me faltan dos. Déjenme que piense... La séptima: Contami-Nación, que a fuerza de cómo está el ambiente no queda nada mal e ilustra sobradamente lo irrespirable de la situación prevista. Pero la octava es la que, a buen seguro, maneja Rodríguez como fórmula de preferencia ya que ilustra lo que nos espera a la vuelta de la esquina, es decir, en los próximos veinte años de tira y afloja: Termi-Nación.
Son las ocho ocurrencias del presidente. Evidentemente, no me atrevo a asegurarlo al cien por cien, pero arriesgaría mis campos de algodón a que alguna de ellas está entre las sugeridas a los periodistas en los corrillos de palacio. Viendo el panorama, claro, habría que recordar el título de aquella serie de tv. Querido presidente: si estas son sus<