Qué jóvenes los dos, qué progresistas, qué audaces. Jo. Me entusiasman. Lolito es Francisco Manuel Silva -«Marco Lolo» según nos recordaba Félix Machuca-, concejal de Juventud, o algo así, en el Ayuntamiento de Sevilla; Anita Mari es Ana Morales -«Ana Botellona» según el genial Paco Robles-, lo mismo en el de Córdoba.
Ambos han protagonizado un delicioso pasaje estival que sumar a su sublime trayectoria política, consistente en un viaje colectivo con sus amiguitos progresistas -pero muy, muy, muy progresistas- al campamento de la OJE que ha organizado en Caracas el líder antiimperialista Hugo Chávez, flor de la raza libertaria mundial. El uno ya tiene experiencia en viajar con el dinero de los demás a todos estos paraísos ideológicos: normalmente, incluso, se lleva a sus amigos. La otra ha empezado a cogerle el gusto, ya que poder ver de cerca a tus ídolos y poder ejercer de muy, pero que de muy progresista es una pasada que ríete tú de las botellonas revolucionarias que organizó, así llegó a esta concejalía que le tocó en la tómbola de Izquierda Unida.
Quita, quita, donde esté un viaje al paraíso cubano que se quite eso de aguantar a los vecinos de Ciudad Jardín o de la plaza de La Corredera. Lolito ha cogido, como digo, a sus compañeros de comuna, a la vanguardia progresista de la ciudad, y se ha marcado un viaje a Venezuela para participar en foros, charlas, asambleas y festivales muy, pero que muy progresistas, en los que se ha llegado a la conclusión, por ejemplo, de que Ceuta y Melilla deben pasar inmediatamente a manos de los muy, pero que muy progresistas marroquíes o que los presos vascos deben volver a sus casas enrejadas en su ocupadísima Euskal Herria. Anita Mari, además, tuvo tiempo para hacer declaraciones al muy equilibrado periódico cubano Granma, en las que vertió su alto concepto solidario y revolucionario para con el ejemplar modelo político de Fidel Castro, «que llena de felicidad a su pueblo».
Además de todo, es cursi. Señor, Señor. Ambas conductas, de por sí dignas de psiquiatra, no pasarían de ser exponentes de hasta dónde puede llegar el manómetro de estulticia en alguno de los jóvenes cachorritos de la supuesta izquierda radical española si no fuese porque, como ya sabrán a estas alturas, estos viajes colectivos vestidos de boy scouts muy, pero que muy progresistas, han sido realizados con el dinero de todos. Dinero del que se niegan a dar cuenta, por supuesto. Evidentemente, los alcaldes de Sevilla y de Córdoba miran para otro lado. Sánchez, el de Sevilla, porque ni está ni se le espera, y Rosa Aguilar, la cordobesa, porque piensa exactamente igual que Anita Mari. El uno ha conseguido que en la ciudad de la Giralda reine un reaccionario sentido de la incompetencia y la otra que en el Ayuntamiento se siente una sujeta capaz de envidiar la suerte que tienen los cubanos con un régimen admirable a sus ojos.
Como pueden ustedes imaginarse, tanto Lolito como Anita Mari, si pudiesen, nos metían en la cárcel a todos los que escribimos estos días sobre sus hazañas bélicas en términos parecidos a este artículo, ya que los muy progresistas son así y cosas parecidas a ésas son las que ocurren en sus paraísos envidiados. Afortunadamente para todos, no pueden. Pero sí pueden coger la mochila y el piolet y plantarse en Caracas a debatir chorradas y a imprimirse la imagen del Che en los calzoncillos. Y sí pueden, a la vuelta, exhibir los logros del congreso de brigadistas al que se han ido de vacaciones sin el pudor del más mínimo examen de conciencia por el ridículo ideológico cometido con el dinero común.
Ay, qué juventud ésta. Qué diablillos.