El alcalde de Sevilla, Sánchez Monteseirín, ha tenido el acierto y el gesto de generosidad de invitar al de Madrid a exhibir publicidad de la candidatura de su ciudad a los Juegos Olímpicos en las gradas del estadio en el que se va a disputar la final de la Copa Davis. Ello es especialmente digno de aplauso si se recuerda que Sevilla era candidata a la primera criba olímpica y que fue apartada de la carrera en beneficio de la capital. Bien. Hoy, aquí abajo, el público sevillano estará al lado de aquellos que aspiran a ser centro del mundo durante quince días y apoyará sin fisuras el nombre de Madrid. Sin doblez. Sin esperar nada a cambio.
Contrasta esta postura con la bochornosa actitud que sostuvo el de siempre, Carod-Rovira, en cuanto tuvo ocasión de hablar de lo que nos espera el año 2012 o la que sostuvo el lamentable Laporta, presidente disparatado del Fútbol Club Barcelona. Para alipori de los muchos catalanes que no tienen nada en contra de que los deportistas de medio mundo corran en el estadio de La Peineta, los independentistas han llegado hasta el hueso de su discurso desacreditativo: ya no han desconsiderado a sus oponentes políticos o a la etérea nación que creen que tienen delante; ahora, sin más, saliendo del último armario que les quedaba para disimular su desafección, han disparado directamente a la población.
No a los Juegos de Madrid. Lo han querido matizar después pero han dicho eso: Laporta, incluso ha llegado a exponer la imagen de su club -puesto al servicio infame de la causa- y ha impedido que sus jugadores porten enseña alguna a favor de la convocatoria madrileña. Eso, como sabemos, no ocurrió cuando Barcelona optaba a los Juegos del 92, tiempo aquél en el que todo el país apoyó de forma entusiasta la candidatura. No quiero ni imaginar lo que hubiese ocurrido, lo que se hubiese dicho y lo que se hubiese hecho en el caso de haberse tomado una postura parecida a ésa doce años antes. ¡Para qué hubieran querido más!
Como consecuencia del insulto personal que los Carod y los Laporta han proferido con ese desagrado tan propio del independentismo, se ha puesto en marcha una campaña de «justicia rápida» en la que, como casi siempre, pagan justos por pecadores. «Si Carod quiere boicot, tendrá boicot: nada de cava catalán estas navidades», dice el mensaje que llega a través del teléfono o mediante el correo electrónico.
Algunos, relamiéndose de gusto, ya se frotan las manos pensando en las montañas de botellas acumuladas en las tiendas sin que nadie las compre y en el desespero de los bodegueros catalanes viendo caer sus beneficios hasta el límite del cierre empresarial. Madre mía. La reacción, bastante infantil según unos, desproporcionada según otros, ajustada bíblicamente al ojo que más duele según los de más allá, tiene mucho de perversa. Suponen los partidarios del castigo que, de esta forma, doliéndose en las ganancias, los empresarios catalanes presionarán a todos estos chorras para que se dejen de tonterías y entiendan de una vez que con las cosas de comer no se juega. Tengo mis dudas, pero en fin.
Los empresarios catalanes que hacen negocio en España entera no tienen la culpa -parece obvio- de lo que sueltan por esa boca los mentados sujetos, con lo que el castigo no parece justo. Si no queremos que otros jueguen con nuestras cosas de comer, tampoco juguemos nosotros, porque a la hora de perder, perdemos todos.
Los empresarios de aquella Comunidad saben que el negocio está en el resto del país y bajo ningún concepto acarician ninguna aventura absurda como la de estos dos personajes. Dejémosles en paz. Y exijamos que todos hagan como en Sevilla: brindemos con cava por Madrid 2012.