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11 de febrero de 2005

En defensa de Moratinos, si.


Tanta  unanimidad en los medios para censurar la ejecutoria del ministro Moratinos va a acabar despertando un espontáneo sentimiento de simpatía por su persona semejante al que despertó, años ha, aquél gran tipo que fue y es Fernando Morán, hoy, por lo visto y leído, a medio afeitar ante el espejo de su trayectoria honesta.

En el Madrid snob de cada día acaban haciéndose fuertes estas corrientes espontáneas que dan cierta distinción a quienes las impulsan. Si el mundo entero piensa que este hombre es un desastre, yo voy a colocarme donde no da el sol, vienen a decir los presumidos como yo que siempre sospechamos de las aprobaciones búlgaras de la realidad. Permítanme el ejercicio.

Un hombre no puede equivocarse siempre. Aunque sea por eliminación, algún acierto debe adornarle. Moratinos no puede ser, permanentemente, un esclavo de la ideología radical que parece inspirar sus actos: en diplomacia, el posibilismo forma parte elemental del ejercicio diario y un profesional experimentado no acostumbra a dejarse llevar por dogmas eternos.

Ni siquiera Gromyko lo hacía. Otra cosa es que la suerte escénica le dé la espalda. No; Moratinos no puede ser ese desastre que se empeña en dibujar el firmamento en cada nuevo amanecer. Su equipo inmediato lo sabe: Bernardino León es un sereno secretario de Estado con la cabeza lo suficientemente bien amueblada para no cargarse, en una negociación, el equilibrio de occidente, y Carmen Fontes, la encargada de la oficina de información diplomática, no va a ser de repente la pronta responsable de la tercera guerra mundial.

Tal vez sí tengan que hacer algún ejercicio de autocrítica aquellos que dejan al ministro un tanto expuesto en sus intervenciones públicas: alguien cercano a él tiene que decirle que no se puede anunciar la captura de unos atracadores si ésta no se ha producido aún -Consulado en Berna- o que no es un programa de debate liofilizado el marco ideal para acusar al Gobierno anterior de algo excesivamente grueso -apoyo a la asonada venezolana-. Ese mismo o esa misma debe advertirle que, conociendo a la chusma periodística, quizá no sea la mejor idea contar todo lo que en cinco escasos minutos llegó a hablar con Condoleezza Rice ya que parece que, o bien hablan en morse, o bien son unos sobrenaturales ejemplos de síntesis: si en cinco minutos de encuentro en un pasillo de una Cumbre han sido capaces de hablar de Oriente Próximo, del atentado de Madrid, de Afganistán, de Irak y de la agenda de futuros contactos es que ni siquiera se han preguntado por cómo están los niños.

Es decir, Moratinos se habrá acercado a Condi y habrá empezado desde dos metros de distancia a decir: «Es sorprendente el acercamiento de Sharón y Abú Mazzen en el balneario egipcio...»; a lo que la otra le habrá contestado: «Pues a mí no deja de sorprenderme el porcentaje de participación en las elecciones de Irak...». Si reproduce así sus conversaciones nos hará creer a todos que cualquiera de nosotros podría desempeñar su función, cosa que está muy lejos de la realidad. Aconsejo modestamente a Exteriores que haga conocer los perfiles normales de nuestro ministro, que son los de un hombre trabajador, experimentado y afable, que realiza bastantes más gestiones que las relacionadas con la persecución a lazo de los secretarios de Estado norteamericanos y que, por si acaso hay dudas, tiene un superior inmediato también responsable de la política exterior española.

De tanto señalarle como sumo hacedor de los males finiseculares de España, voy a acabar convirtiéndome en un snob. Y me solidarizo con él ante la ofensa y el desprecio de la norteamericana que ayer mostraba la imagen publicada por ABC. No hay que celebrar ni esa ni ninguna otra muestra de suficiencia.

Empiezo por ahí. Y no sé cómo terminaré.
 


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