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9 de septiembre de 2005

El colocón del político


Resulta llamativa la noticia según la cual la dimitida consejera de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha habría encontrado pronto acomodo en los brazos, de nuevo, de la Madre Administración. En esta ocasión, una empresa pública participada al cien por cien por la SEPI, de nombre Enusa, la habría contratado para el cargo de Relaciones Institucionales.

La consejera en cuestión fue aquella que renunció a su cargo -«porque todos no somos iguales»- tras las desgraciadas consecuencias del incendio de Guadalajara que costó la vida a once personas y que se llevó por delante unas trece mil hectáreas de nada. La consejera, evidentemente, no tuvo la culpa del incendio ya que no prendió la cerilla que quemó el monte, pero sí que cargó con la responsabilidad del desastre organizativo en que se tradujo la lucha contra el fuego.

Los socialistas, que son socialistas pero no idiotas, sabían que había que entregar una víctima y entregaron a la más fácil. Claro que como Dios no abandona a un buen marxista, al poco tiempo le han encontrado un hueco adaptado a sus características profesionales, que no sé bien cuáles son pero que me imagino que tienen que ver mucho con la gestión de empresas relacionadas con la producción y venta de derivados del uranio para centrales nucleares, que es a lo que se dedica la marca en cuestión. Cargo ideal para una responsable de medio ambiente tan socialista como, supongo, antinuclear. La política brinda ejemplos como éste.

Da la impresión de que ingresa uno en un partido y tiene asegurada la permanencia en la rueda de la fortuna laboral de por vida. Me he preguntado muchas veces si toda esta serie de sujetos que pasan de una concejalía a una dirección general, de una dirección general a una empresa pública y de una empresa pública a una diputación -y no necesariamente me estoy refiriendo a dicha consejera, que tiene vida fuera de la política- sabrían bandearse en la lucha civil y profesional con la misma soltura con la que abrazan un cargo primero y otro después.

Hay quien entró en política hace veinte años ocupando cargos municipales y aún no ha abandonado la nómina del Estado. No han demostrado nada en especial, ni han resultado providenciales para el pueblo al que, teóricamente, representan, pero ahí siguen, recolocados constantemente por su partido en lugares tan dispares como los que, ahora sí, brinda el PSOE a la consejera para la que la decencia pasaba por dejar un cargo en cuyo desempeño no había estado especialmente afortunada. En las escasas ocasiones en las que representantes pequeños de la voluntad popular -voluntad que exclusivamente administran los partidos políticos- son empujados a la arena civil y tienen que retornar a lo que, posiblemente, nunca fueron, su nivel de eficacia queda reducido en una proporción lo suficientemente significativa como para percatarse de que, durante años, hemos mantenido en cargos públicos a alguien que no sabía hacer otra cosa. No pocos ejemplos ilustran lo que antecede.

También hay excepciones, evidentemente: Javier de Paz, al que le asignamos el estereotipo de Jefe de Arqueros de la OJE y que pasó de secretario de las Juventudes Socialistas a director de Comercio Exterior resultó, volcado a la sociedad competitiva, un excelente gestor de empresa privada, tanto que los lamentos de ésta cuando ha decidido volver a la política de la mano de su amigo Rodríguez -renunciando a un sueldo considerable- han sido fácilmente audibles. Dicho sea en justicia: yo mismo fui de los que creí que no servía para otra cosa que para escalar en la medianía de un partido. Y no.

Pero estoy hablando por hablar: ¿y si resulta ahora que la consejera Arévalo es una monstrua en esto del uranio y convence al mismísimo Rodríguez de que deje de ser antinuclear? ¿Qué diremos entonces?, ¿eh? Menudo colocón...
 


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