EL cuadro de actores de la muy exquisita Academia de lo que sea, los mismos que siempre han mostrado recato en vituperar asesinatos de ETA, los que no se han solidarizado con los extorsionados por el terrorismo, los que se movilizan en función de quién hace la guerra, los que están por el diálogo según con quién, por el cordón sanitario según a quién y por la memoria histórica según de quién, han promovido una carta al Jefe del Estado que han firmado no pocos -y a veces exóticos- personajes de la vida pública española autodenominados «de la Cultura» instándole a que inste -a su vez- al reyezuelo marroquí a que permita el regreso a su tierra a la activista saharaui Aminatu Haidar, hoy tristemente malherida por una huelga de hambre de ya larga duración. Noble empeño, claro que sí, especialmente proviniendo de reputados republicanos amigos de las algaradas antimonárquicas. La nota presupone una acentuada «ascendencia» del Rey español sobre su colega magrebí en virtud de la cual el destino de la respetable Aminatu podría quedar en un intercambio de cromos entre testas coronadas. No es mala estrategia: que la responsabilidad de la solución del problema pase del Presidente del Gobierno al Jefe del Estado. No es el Rey quien tiene que solucionar el engrudo solemne en el que repugnante régimen marroquí ha metido a la Administración española y, en el fondo, a todo el país; ese es trabajo de la agobiada diplomacia española encabezada por su titular y por el Ministro de Deportes, los cuales, dicho sea de paso, no han hecho nada que merezca la situación que están viviendo. Ambos tienen razones suficientes para preguntarse «¿y nosotros qué les hemos hecho a estos tíos?». Visto con serenidad, ¿en qué ha ofendido el gobierno español a los inflamados burócratas magrebíes y al muy esférico monarca vecino como para que algún golfo en forma de ministro amenace con problemas de seguridad y de inmigración? Es una verdad asumida por el propio ejecutivo que quizás pudo cometerse un error admitiendo sin visado a Aminatu, pero ese es un error de consecuencias internas que no afecta al país vecino más que en la visualización de sus contradicciones. Al gobierno español se le puede morir una persona empecinada en hacerlo sin haber sido responsable más que de una política que viene de largo y que consiste en trabajar en virtud de los intereses nacionales, que los hay y muchos, y en continuar la tradición de olvido de los saharauis que inició España al poco de ceder la administración del territorio después de la triste Marcha Verde. Cosa que deben agradecer los marroquíes. Puede que Aznar apoyara más el Plan Baker que Felipe, o que ZP lo haga menos que el vigoréxico popular, pero la deriva de nuestras relaciones con los vecinos moros exigía, por razones de Estado, olvidarse un poco del asunto. Y es lo que se ha hecho y es lo que ahora va a costar mucho recomponer, por mucho que Aminatu languidezca poco a poco. Ella tiene todo el derecho de volver a su tierra y estar con los suyos, pero se encuentra en la peor encrucijada y en el peor momento, en manos de un gobierno que quiere salvarle la vida pero que no tiene un gran margen para trabajar y frente a un régimen autócrata y semifeudal al que le importa muy poco lo que le pase. Si el gobierno respira aliviado por el hecho de que el grupo de «culturetas» con ceja circunfleja se dirige a Zarzuela en lugar de hacerlo a Moncloa debería, en un arranque de responsabilidad, tratar de evangelizar a esa grey dándole a entender lo que se juega España con asuntos como este: lo que sugiere el ministro de Mohamed cuando advierte de los problemas que podrían llegar es una intolerable amenaza a nuestra integridad nacional de la que ellos también forman parte. Y no es el Rey, insisto, el que debe arreglarlo.
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