En Europa y en el zoco de los mercados maléficos, la consigna y el mitineo dominical tienen escasa influencia
ELLOS creían estar felices. Las encuestas, esa piedra filosofal que trasmuta en oro a aquel que señala con su varita, decían que se reorientaba la situación, que los sótanos mugrientos en los que dormían las expectativas electorales estaban mudando su piel y empezaban a parecer paredes de garaje, antesala de habitaciones más decorosas en el futuro. La retórica ocupaba el lugar de la política y ya no era necesario pasar el día haciendo cosas: bastaba con decirlas, con recrearse en el debate de algunas ideas mudadas en eslóganes. Felicidad y retórica, pues.
Y el nuevo gobierno reposando sobre el regazo de Alfredo. Y el presidente descansando de tanta presencia estéril sobre la sombra de las cosas. Y así los días, y así las lentas tardes del otoño pintadas a mano en el papel de membrete oficial de la Casa. Pero para una vez que empezaban a respirar después de haber corrido más que el Fugitivo, se desencadena algo que no dependía de ellos y en lo que ellos no habían tenido oportunidad de empeorar nada, y, además, ocurre ante sus narices para desesperación de todo estratega viviente: va Marruecos y lo jode todo. El Gobierno de España tiene razones sobradas para preguntarse aquello tan cotidiano de «¿Por qué me tiene que pasar esto a mí precisamente ahora?». Atrapado en la eterna pelea entre valores e intereses, ZP y sus coristas se miran perplejos viendo derrumbadas las fichas del castillito que estaban empezando a reconstruir: a buena parte de la opinión pública no le ha convencido su estrategia ante la crisis repentina del Sáhara y de nuevo las encuestas marcan trece puntos de distancia.
Por si eso no fuera suficiente para escenificar el infortunio, se cumplen todas las previsiones que aseguraban que la economía frenaría su pequeño y tímido repunte una vez metabolizadas la subida del IVA y la finalización de ayudas a sectores estratégicos y el PIB se retrae y la media se estanca. En sede parlamentaria, ayer, Rodríguez Zapatero es sincero —sin que sirva de precedente— y reconoce que, tal y como están las cosas, el empleo no tiene visos de mejorar. Si eso es así —y así parece que va a ser—, ¿cómo pagaremos el principal y los intereses de la deuda el año que viene? ¿Podremos colocar toda la que necesitemos? Si la economía no crece, el paro aumenta y, por lo tanto, el Estado recauda menos y tiene que subsidiar más, si decae la confianza de los inversores, si sube el interés por encima de la cifra que ahora marca… ¿cómo solucionaremos el cacao?
Lamentablemente para todos, en Europa y en el zoco de los mercados maléficos, la consigna, el eslogan, el mitineo dominical tienen escasa influencia. Para que crean que la solidez es algo más que una monserga repetida hasta la náusea, el Gobierno feliz y retórico tiene aún que materializar los gestos habidos y poner en marcha más recortes, más reformas, pedir más sacrificios y sacar la tijera de paseo con más eficacia. De no hacerlo así y siempre que la economía no experimente un vertiginoso crecimiento en el próximo ejercicio, el «Deudazo» puede darnos el disgusto del siglo. A todos. Lo del «Saharazo» les ha contrariado a ellos, y con su pan se lo coman, pero lo otro lo paga todo el país y condena a sus habitantes a ser carne de empobrecimiento. Era una siesta llena de sueños con vapores y carnalidad y no merecían este brusco despertar, no.