EL aún presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, está a punto de darle una patada al alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, en el culo del Rey. Doble error. La infantil rabieta de la Junta tras el desencuentro a cuenta de la Copa Davis va a desembocar en un disparatado desaire institucional al haber anunciado Griñán «problemas de agenda» para acompañar a Don Juan Carlos bajo la cubierta del llamado Estadio Olímpico de Sevilla. El desencuentro Junta-Alcaldía viene de lejos: la administración autonómica receló de esta nueva eliminatoria y puso objeciones a invertir en apoyo propagandístico al fin de aliviar los costes de organización. La Junta cree que una final de la Davis no es tanta cosa y que por algo se han celebrado dos eliminatorias en tan poco tiempo en Andalucía; piensa, asimismo, que sale beneficiada la Comunidad de Madrid, que es la que aprovecha el tiro de cámara, y que el dinero de ahora no es el que se podía manejar cuando Sevilla fue sede de otra final siete años atrás, argumentos todos discutibles y debatibles y que merecen reflexión.
El primer error, no obstante, no está en la discusión técnica sobre los beneficios que deja un evento de este tipo a una ciudad, cosa evaluable pero no de forma exacta, y en el papel inversor de una Administración: está en crear una controversia política inconveniente a los intereses de quien va por detrás en la intención de voto en Andalucía, el PSOE. Desentenderse de la organización de la final de la Davis y brindarle al adversario el argumento del agravio es un arriesgado fallo estratégico que a buen seguro podría haberse evitado con algo más de serenidad y un tanto menos de soberbia. La Junta, vengo a decir, puede tener razón en alguno de sus recelos, pero no le conviene al partido que la soporta dar la impresión de que no se apoya esta final —como la eliminatoria cordobesa— por fastidiar a los alcaldes populares de ambos municipios, cuando sí que se mostró apoyo a la anterior final que se disputó en Sevilla… siendo alcalde un socialista.
El segundo error es de empecinamiento. Al decidir el Rey que iba a ser él mismo —y no los Príncipes de Asturias, como acostumbran— quien acudiera al palco del Estadio, al presidente de la Junta le cayó la «obligación» institucional de acompañarle al lugar al que bajo ningún concepto pensaba acudir, de la misma forma que no acudió a la plaza de toros de los Califas en Córdoba. Al negarse a hacerlo aduciendo excusas baratas de agenda —ya me dirán que urgencia tiene acudir a una reunión de partido en Almería—, desaira al Rey como no hacen ni siquiera presidentes nacionalistas de línea dura y muestra una infantil pataleta que no hace sino volverse en su contra. Tal vez rectifique en un poco probable arranque de sensatez y de falta de soberbia, pero el error ya está anunciado y publicitado: que fácil es pensar que su sectarismo y fobia por los munícipes sevillanos es tal que es capaz de dejar plantado al mismísimo Jefe del Estado con la excusa de una agenda apretada. Otros podrán pensar que su altivez es tal que no consiente que el Rey cambie de opinión sin advertírselo a él con el tiempo suficiente para que adapte sus trascendentales compromisos políticos de fin de semana. De nuevo es pegarse tiros en el pie y brindarle munición al enemigo, que se frota las manos y no da crédito a la que le ha caído en suerte.
Que el mismísimo Rey otorgue a la ciudad de Sevilla la importancia de su presencia da una idea del error táctico de la Junta de Andalucía. No sólo ha fallado el primer saque: es que ha hecho doble falta.