PARTICIPIO pasado del verbo francés «t
oucher». «Tocado» en el noble deporte de la esgrima, que no es una buena metáfora para relatar la sesión de ayer en el Congreso, pero el título ya está puesto y puede dar una idea de cómo quedó la integridad política de Rodríguez Zapatero después de haber sacado su «
decretazo» por un agónico voto de diferencia. La política española no es una exhibición elegante de florete, sino un duelo abrupto de machetes, de ahí que tras lo vivido ayer, ya nada vaya a ser igual: el sabor a óxido que deja una victoria sin apoyos se ha instalado en la boca de un gobierno aislado, desprestigiado, contestado y abandonado a su suerte por los mismos que hasta ahora han hecho suculentos negocios a cuenta de sus apoyos puntuales. ZP ha estado a punto de ser reprobado formalmente por un Parlamento que no ha querido saber nada de las medidas -necesarias en su globalidad, pero discutibles en su particularidad- con las que se propone luchar contra el déficit que él mismo ha alimentado de forma asombrosa. Eso, en política, tiene lectura, mensaje.
No ha caído en el pozo gracias a la abstención de CiU, que no pierde comba para sugerirse socio de futuro de quien gane las elecciones -resulta curioso que evite votar en contra evitando así unas probables elecciones generales y, a continuación, pida elecciones generales-, y a la de los complacientes canarios y el obsequioso diputado de UPN; aun así, sabe que su tiempo se agota y que la campana final por K.O. puede llegar de la mano de los Presupuestos que habrá que votar en otoño, y sabe que será entonces cuando los mercaderes de CiU le soltarán de su mano y dejarán que se despeñe por el abismo de una crisis endemoniada a la que se intenta domeñar mediante medidas dolorosas y poco comprendidas. No lo han hecho ahora porque no quieren que las elecciones generales ocurran antes de las catalanas, pero lo harán cuando haya que discutir unas cuentas generales en las que habrá poco espacio para las dádivas. De aquí a entonces, con la herida en el pecho de ayer, tiene que reconstituir sus alianzas, y eso parece muy difícil hasta para un mago de los cambalaches como es él.
Habría que preguntarse, no obstante, qué era más urgente, si echar a Rodríguez Zapatero o sacar adelante un paquete de medidas reclamadas, en algunos casos, por buena parte del arco parlamentario. Siendo lo primero, la política brindaría su cara más abrupta; siendo la segunda, la más improbable. En el tiempo que quede para asestar el golpe de gracia al hombre que perdió su sonrisa, deberían las fuerzas parlamentarias sopesar la posibilidad de firmar un Pacto de Estado para afrontar los desafíos que nos quedan y que no se solventan con este primer decreto de recortes. Es un escenario tan improbable como imprescindible, pero las dos principales fuerzas políticas deben buscar un terreno neutral en el que acordar lo fundamental. Para ello, el hombre de la herida en el pecho tiene que renunciar a su viejo y único sueño: aislar al PP y hacerle culpable del Alzamiento de Franco y del hundimiento del Maine. Pactar supone negociar y admitir sugerencias del rival, cosa para la que ZP parece negado biológicamente, pero no le queda más remedio, especialmente desde el áspero trago de ayer. Eso o se acabó el baile. Lo que le pase a él es un problema menor y que afecta a su persona y a sus huestes, pero lo que le pase a España, en un escenario de absoluta inestabilidad y desprestigio, nos afecta a todos los demás.
A estas horas, mientras los cuidadores le vendan el pecho y tratan de no decirle la verdad, ya sabe que todos los demás parlamentarios censuran su plan de ajuste. Todos están de acuerdo en atacar el déficit pero nadie lo está en hacerlo así. Es demasiado para su sonrisa complaciente. Touché.