AL poco de plegar las banderas sindicales, gobierno y sindicatos han entrado en la fase de tocamientos. Nada que pueda extrañarnos: la vicepresidenta y el secretario general de UGT se miran torvamente y canturrean por lo bajo una copla de reencuentro.
El paro, el déficit y la crisis siguen siendo los mismos que antes de la huelga, la calificación de Moody´s baja un puntito y vuelve el fantasma de una nueva crisis en la eurozona. Pero ellos se hablan de amor, de futuro, de «esto no ha sido nada, Maritere, era sin mala intención». Al rescoldo de la jornada gloriosa en la que los sindicatos han dado medida de lo que realmente son, quedan los damnificados, los que pasaban por allí, los que se levantan todas las mañanas a trabajar sin importarles las inclemencias, los que se juegan su dinero, los que arriesgan sus ahorros, los que crean riqueza, los que caen en la pobreza, los que dependen de una nómina, los que cumplen un horario, los que se quedan sin trabajo, los que se buscan la vida…
Queda el propietario de un estanco de Sevilla al que entró un piquete, pidió tabaco para todos y se marchó al grito de «que pague tu puta madre, esquirol de mierda».
Queda el conductor de un autobús de transporte escolar con pegatina de «servicio mínimos» al que le reventaron la luna delantera —con los niños dentro— mediante el consabido lanzamiento de bola de acero. Quedan los profesores de una escuela de Montellano que tuvo que aplacar la violencia de los mafiosos del SAT —Sindicato Andaluz de Trabajadores— que, con Diego Cañamero al frente, interrumpieron las clases y obligaron a sacar los niños a la calle. Queda el rumano, del que ayer escribía el maestro Félix Machuca, al que un piquete obligó a abandonar su carro de supermercado lleno de chatarra tras divertirse lanzándole petardos a los pies.
Queda el propietario del «Mesón El Serranito» —con el que toda su ciudad debería solidarizarse inmediatamente—, que vio como un piquete entre los que se encontraban destacados golfos de Izquierda Unida le rompía mobiliario mientras le conminaba a cerrar su negocio. Y quedan todos aquellos que se han sentido humillados, amenazados y agredidos por chulánganos de mierda cuando se disponían a comprar en un supermercado o a cumplir con su derecho al trabajo. La gente suele llevar mal que la humillen, con lo que los responsables sindicales, que jamás pedirán disculpas por los desmanes de sus huestes, deben asumir el desafecto que la jornada de ayer ha creado a su imagen de clan cerrado, antiguo y «convencitivo».
Aún es hora de que la alegre muchachada de UGT o CC.OO. pidan disculpas a los afectados por la violencia de los piquetes de los desmanes y la chulería de los mismos. Aún es hora de que unos sindicatos ensimismados den el paso al siglo XX y se apresten a defender los derechos de los trabajadores sin permanecer en los desvanes ideológicos del siglo pasado. Aún es hora de que un gobierno perfilero y ventajista sepa ayudar a la masa sindical a reconvertirse en sociedades operativas de una sociedad tecnológica y no tan sólo industrial. Aún es hora de todo, pero da igual, pondrán cara de bobos, ojitos tiernos, verbo de «diálogo y talante», aspecto de paripé e insultarán una vez más a la inteligencia en la más absoluta de las impunidades. Es lo que hay.
Y a los demás, que les den por donde el sol no brilla.