UN licenciado español que hubiera obtenido su título en 2008, hace cuatro años, probablemente no encontrará trabajo hasta que tenga treinta años. Si tiene suerte y aparca prejuicios, podrá conseguir algún empleo basura, pero difícilmente nada más. En realidad, los hombres y mujeres jóvenes situados en la horquilla que va de los 16 hasta los 30, parados y desocupados, sobrepasan el millón seiscientos mil; nada menos que el 70 por ciento de los españoles de esa edad. De ellos, por demás, trescientos cincuenta mil tienen educación superior al grado de Secundaria, es decir, no son unos pobres muchachos sin instrucción.
Sigo: seis de cada diez nuevos parados a lo largo de este último y demoledor año 2011 son jóvenes. Así hay que entender que Frau Merkel le señalara a Rajoy en este y pasados encuentros que el gran drama de España es el paro juvenil.
Difícilmente podemos encontrar un símil a estos últimos cuatro años: si ya resulta lacerante que el paro en la Eurozona apenas alcance el 10 por ciento, más asombroso resulta saber que durante este tiempo en España se han perdido algo más de tres millones de empleos y que sólo una de cada dos personas entre los 16 y los 65 esté trabajando. Hay que volver a preguntarse una y otra vez qué hace que nuestro país sólo cree empleo cuando su economía crece por encima del 2,5 por ciento, algo que no ocurre en ningún otro escenario europeo. Si la previsión para este tembloroso año es de un decrecimiento del 1,5 por ciento ¿qué clase de espanto debemos esperar? Los hogares con todos sus miembros en paro es el doble que en 2008 y sobrepasan el millón y medio. Un millón y medio de pisos o casas con su felpudo y su timbre y su ascensor y su buzón de cartas habitados en su totalidad por parados. Por parados que sabemos que quieren trabajar, que salen a la calle a buscar trabajo cada día, que se apuntan al Inem, que echan currículum y rellenan formularios a diario. No contamos a aquellos que han renunciado a buscar nada y a los que han cogido la maleta y se han ido a buscar alubias más allá de los límites que marcan este desastre.
Todas las reformas pendientes sean bienvenidas, pero tampoco nos engañemos: por muy honda que sea una reforma laboral hay muchas líneas rojas que no puede cruzar y muchas medidas que resultaría, incluso, anticonstitucional tomar. Una reforma no es una pócima milagrosa. Nuestro gran desafío no es el déficit y su consecuente deuda: nuestro gran problema es el paro. Recortar y recortar sin estímulo paralelo nos hundirá aún más en una estadística espantosa que deja las esperanzas de los jóvenes españoles literalmente en nada. Por eso cada día son más los que dicen que, si podéis, cojáis la maleta y os marchéis. Aquí, de momento, hay muy poco que hacer. Los que estéis preparados y suficientemente instruidos, los que os hayáis preparado convenientemente, podréis encontrar acomodo en países más fríos pero seguramente más operativos. No miréis atrás y aprovechad el impulso que brinda vuestra edad. España, ya lo veis, es una ruina.