IGUAL se creía la gente que iban a pedirse en matrimonio. «
El resultado de la reunión no ha cubierto las expectativas». Pues claro. Si lo que esperaban es que ambos levitasen de amor patrio y olvidasen las diferencias que les adornan es que aún no han crecido lo suficiente y siguen viviendo en la cuna del pensamiento Alicia.
Rajoy Brey y Rodríguez Zapatero no están configurados para acordar así como así el final de las discrepancias o para acortar el largo trecho que separa la concepción que ambos tienen del ejercicio político. Se vieron para lo que se vieron y lo que llevaban en la agenda lo convinieron, pero ni un paso más. El apoyo al rescate de Grecia venía anunciado desde la salida de boxes y el acuerdo para la reforma de la Cajas de Ahorro parecía imprescindible y fácil. ¿Lo demás?: no parece que el presidente del Gobierno tuviera mucho interés en recabar ayuda concreta para afrontar el «inesperadamente» delicado momento que vive la economía española, con lo que puede que abordaran alguna generalidad, pero concreción, que sepamos, no hubo ninguna. La reforma de un sistema financiero que capitaliza casi la mitad de los pasivos -de los ahorros- de los españoles y buena parte de los activos -los préstamos-, es una decisión mucho más importante que lo que aparenta su trascendencia política: dejar las Cajas en la mitad de las que hoy constan en el mercado, flexibilizar su capitalización y despojarlas de ese aire de finca política del líder autonómico de turno es un compromiso ineludible si se quiere que éste sea «
el sistema financiero más saneado del mundo» o, como poco, un sistema que medianamente funcione. Quiero decir que el acuerdo en este punto tampoco parecía difícil: Fainé, el vértice de las Cajas, entregó la conocida «hoja de ruta» y a nuestras dos perlas sólo les cabía decir que sí. Pero todos sabemos que hay otra gran cuestión en la que ambos jamás podrán ponerse de acuerdo: ¿debe la economía española someterse a una férrea disciplina como la griega? ¿Estamos camino de tambalearnos ante cualquier desafección seria de los inversores internacionales tal y como pasó con el amago del pasado lunes?
Rodríguez Zapatero no quiere ni oír hablar de recortes drásticos. Asegura que eso condena a una economía a retrasar peligrosamente su recuperación, lo cual es cierto, pero tal vez sea más cierto que sin intervenir con dureza la septicemia comprometa la vida de algún miembro esencial. Es una vieja diatriba de la cirugía: corto la pierna pero salvo la vida, ¿hasta cuándo espero? El Gobierno cree que los brotes verdes -que se han tomado a cachondeo los inversores- son ciertos y suficientes como para no sacar instrumental de choque. Y ahí nos quedamos. Todo acuerdo al que puede llegar con Rajoy pasa por acelerar reformas de estructuras que no parece dispuesto a emprender: cree sinceramente que el atisbo de recuperación económica que proporcionan los coches que se han vendido es el anuncio de un crecimiento inevitable. Y de ahí no le sacas. Es el único que se lo cree, de acuerdo, pero es el que manda, el cirujano jefe que ve correr algo de sangre por el miembro tumefacto y que decide no cortar por lo sano. Y ahí ya puede decir Rajoy lo que quiera que todo es absolutamente inútil. Por ello parecía demasiado iluso pensar que de esa entrevista iba a surgir un acuerdo de líneas generales al modo del portugués. Con las reformas inevitables suele ocurrir algo lo suficientemente secuenciado como para tomar nota de ello: o las haces o te la hacen. O la haces como la hicieron los irlandeses o te la hacen como se la han hecho a los griegos. El miércoles fue un buen momento para hablar de ello, pero, por lo que se ve, no hubo lugar.