Este acuerdo valiente e insólito determina la altura de una decisión estratégica que merecerá ser recordada
HACE pocos años hubiera resultado impensable, pero que Extremadura sea gobernada por el PP demuestra que en política no existen los imposibles absolutos. Para que ello haya ocurrido ha tenido que sobrevenir la catástrofe del zapaterismo, pero hasta los regímenes que parecen dolomíticos acaban resquebrajándose cuando el signo de los tiempos manda cambiar las tornas. Un PP aupado a la ola de la renovación política ha dinamitado la muralla inexpugnable del socialismo extremeño y se enfrenta a la tarea de dotar de ilusión a una tierra magnífica con el poco margen de creación que le presta un momento económico social endiablado y el apoyo vigilante de una formación de izquierdas. ¿Qué puede cambiar Monago que no pudiera hacer un moderado y prudente Fernández Vara con el marcaje permanente de tres diputados regionales que exigen políticas impositivas y sociales diametralmente opuestas a las que contiene en su ideario el centro-derecha español? Cambio en las formas, esencialmente, y posturas renovadas en la administración de las cosas, pero poco movimiento de tierras en el sembrado esencial de la gerencia. Como señalaba ayer con su agudo acierto mi vecino de columna Ignacio Camacho, Monago es un antiguo bombero que va a tener que apagar fuegos con una manguera prestada, la que le ceden tres indígenas de la antípoda política a los que su formación les expedienta no sin unas gotas de más de teatralidad. El nuevo gobierno extremeño, por ejemplo, no podrá suprimir el injusto Impuesto de Sucesiones, ni revisar revolucionariamente determinadas políticas de subvenciones que, habiendo sido necesarias en un tiempo, han lastrado más que impulsado el desarrollo de la región. Monago no dejará de ser un hombre tutelado por otros tres que deben guardar las formas de vigilantes obsesivos de la playa. La acusación de cómplices de la derecha sólo podrá ser evitada si consiguen de esa derecha que no ejerza como tal, y eso va a estrechar el margen de maniobra del nuevo gobierno.
No obstante, oxigena no poco el escenario español que alguien haya entendido que las situaciones no deban eternizarse cuando se haya detectado una voluntad de cambio en el electorado. En ningún acuerdo sagrado está escrito que los miembros de IU deban ser siempre sicarios o cómplices del PSOE. Y ha tenido que ocurrirle a Fernández Vara, hombre de pulso templado, el tener que pagar el cansancio social que han provocado muchos años de un Rodríguez, Ibarra, y pocos —aunque puedan parecer una eternidad— de otro Rodríguez, Zapatero. Con Extremadura se completa el mapa del desastre anunciado en los meses previos de las elecciones municipales y autonómicas para las huestes del PSOE. Cientos, o miles, de cargos públicos adosados a la Administración regional van a abandonar un oficio que se había convertido ya en una forma de vida que parecía inalterable, y esa suma de cataclismos personales es la que va a evidenciar el cambio de gobierno en Extremadura, más allá de las medidas que pueda tomar un gobierno que tendrá que vestirse con los harapos ideológicos del progresismo aunque sea para pintar la mona. Este acuerdo valiente e insólito hasta el momento determina la altura de una decisión estratégica que merecerá ser recordada con los años: podrá salir mejor o peor, podrá asentar al PP en las preferencias de los votantes o no, podrá significar el paso adelante que precisa dar una Comunidad que, a pesar de los avances innegables, continúa en los puestos de cola de varios indicadores o no, pero habrá significado que es correcto y preciso tomar decisiones arriesgadas que provoquen catarsis y meneos. Ignoro si ambas formaciones son extremos que difícilmente puedan tocarse, pero sí sé que, en esta ocasión, la esperanza puede vestirse de limpio gracias a que los extremeños se tocan.