LA irresistible tentación de confundir deseos con realidad ha conseguido que muchos ya vean a Rodríguez Zapatero poco menos que transportado por cuatro enterradores camino de su tumba política. Hace falta un poco más de serenidad. Ni sus detractores pueden dar por fenecido al proteico presidente de las siete vidas ni sus partidarios creer que con un cambio de gobierno ya ha despejado el camino de estorbos hacia la reelección. ZP se ha reinventado coherentemente: si en mayo cayó del caballo tordo con el que cruzaba sus particulares nubes de algodón, ahora en octubre ha entendido que el partido que lo sustenta demanda una robustez estratégica en sitiales determinados y exige abandonar el diseño naif de su política de nombramientos.
Se acabaron las bromas. Si se está a catorce puntos en intención de voto ya no es cosa de jugar a la política de pósters ni a los eslóganes manidos como modo de comunicación con la sociedad. Conseguido el objetivo de asegurar la estabilidad parlamentaria de aquí a 2012 —caso de que PNV y él no se traicionen— y una vez aprobados los presupuestos, el habitante monclovita podía esperar el «montillazo» que se prevé para las elecciones catalanas o promover cuanto antes un baile de nombres, que es cosa que siempre excita a los propios, inquieta a los contrarios y anima lo suficiente el cotarro como para creer que algo se está haciendo y que una nueva estrategia esperanzadora planea cara al futuro. Ha hecho lo segundo e, indudablemente, ha cogido aire aunque sólo sea por simular que tiene ideas y tácticas específicas para los desafíos inmediatos.
La disimulada vuelta a los tiempos en los que el felipismo boqueaba ha entusiasmado a sus partidarios y puede que haya desconcertado a sus oponentes, siendo cierto que estos últimos no tienen más remedio que reconocerle un indiscutible mayor peso político al nuevo gabinete formado a mayor gloria de un Rubalcaba que acapara el mayor poder conocido por ministro alguno desde que inventamos nuestra democracia contemporánea. Probablemente se pondrá orden en aspectos que han ido decayendo a base de ser tratados con frivolidad de bachilleres, pero tampoco se podrá doblar la mano a una realidad de espanto: el paro, el estancamiento, el déficit y la deuda no se corrigen milagrosamente con la publicación de nuevos nombres en el BOE. Ello lleva a sus adversarios —y a sus enemigos— a convencerse de que, una vez pasada la efervescencia de la espuma, el aparatoso cuadro depresivo de la crisis volverá a primer plano con toda crudeza.
Entonces podrá comprobarse si la capacidad de maniobra del remodelado gabinete es lo suficientemente eficaz como para encender alguna chispa de esperanza o si, finalmente, esto no lo arregla ni la madre que los parió. Tienen año y medio —que en política, efectivamente, es mucho tiempo— para mandar señales de capacidad al electorado y para buscar a la desesperada un acuerdo verosímil con los terroristas de ETA mediante el cual poder anunciar el fin del terrorismo. No se extrañen de que, coincidiendo con las primeras horas de la vicepresidencia de Rubalcaba, se produzca alguna redada espectacular o alguna detención altamente significativa. Habrá comenzado la batalla del agit-prop. Entretanto, serénense los más inquietos: el muerto aún está vivo.